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lunes, 23 de mayo de 2016

Bienvivir, bienamar: el arte de amar*


La sociedad de consumo capitalista nos presenta el mundo como una gran manzana que engullir, un conjunto de experiencias episódicas que hay que degustar y devorar sin pérdida de tiempo, antes que decaiga el brillo de la novedad. El modelo es el éxito, el objeto es el símbolo y la experiencia es el premio. La aparente cornucopia de placeres tiene el efecto contrario al deseado, un individuo infeliz y alienado de sí mismo, refugiado en la inconsciencia, que puede derrumbarse al menos traspiés. Sus relaciones afectivas, de existir, serán frágiles y superficiales. En este entorno adverso, el individuo debe reconstruir su capacidad de amar para satisfacer plenamente sus necesidades humanas, proceso en el que ganará autonomía.


Artículo anterior de la serie: Bienvivir, bienamar: nosotros en la edad del yo


 
 
Erich Fromm realiza una reflexión al problema del amor en nuestra sociedad en su libro, ya citado, El arte de amar. Su concepción es muy sugerente y estimulante, aunque no está exenta de problemas, y presenta ciertos puntos de conexión con la filosofía tradicional budista de Thich Nhat Hanh que ya comentamos en este blog. A pesar de ello, creo sin duda que es útil. No nos da grandes respuestas, pero nos muestra un camino por el que comenzar a transitar, algunas ideas que podemos utilizar para comenzar a construir nuestro amor, y que creo que son válidas, aunque en ocasiones añadiré elementos de mi propia cosecha.
 
Porque según Fromm, y esto es muy original, el término construir es apropiado. El problema de amar no es el problema de encontrar un objeto, alguien a quién amar, sino el de algo que hacer, un arte, como la pintura, la música o la carpintería. Algo que tenemos que practicar, hasta conseguir dominarlo.
 
Lo primero que llama la atención es la contraposición con el concepto de necesidad. Tal y como hemos comentado en otras entradas del blog, al hablar de las necesidades humanas, tenemos necesidad de afecto.

 

 
En concreto, siguiendo la clasificación establecida por Abraham Maslow, el ser humano tiene necesidad sociales o de afiliación, entre ellas el afecto, y por consiguiente el amor. Tenemos la necesidad de ser queridos, esto es indudable, pero tal y como nos advierte Thich Nhat Hanh amar no es satisfacer una necesidad propia.
La soledad no puede ser disipada por la actividad sexual. No te puedes curar por medio de la actividad sexual. Tienes que aprender a estar cómodo contigo mismo y a centrarte en tu interior. Una vez que tengas un camino espiritual tendrás un hogar. Una vez que puedas afrontar tus emociones y manejar las dificultades de tu vida diaria, tendrás algo que ofrecer a la otra persona. La otra persona tiene que hacer lo mismo. Las dos personas tienen que curarse a sí mismas para sentirse cómodas; entonces cada uno puede convertirse en un hogar para la otra. De otro modo, todo lo que compartimos en la intimidad física es nuestra soledad y nuestro sufrimiento.
Todo ser humano quiere amar y ser amado. Esto es muy natural. Pero con frecuencia amor, deseo, necesidad y miedo están completamente mezclados. Hay muchas canciones con las palabras "te quiero, te necesito". Esas palabras implican que amar y desear son lo mismo, y que la otra persona está ahí solo para satisfacer nuestras necesidades.

Debe haber algo más que simplemente satisfacer una necesidad, debe haber algo que se conceda de forma genuinamente altruista, dado que en caso contrario estaríamos instrumentalizando al otro, y por tanto cayendo en el narcisismo. Para amar, primero habrá que forjar un espíritu independiente (no dependiente), aprender a caminar sin muletas, escuchar el propio discurso interior frente a los mandatos culturales y aprender a vivir con lo que nos rodea (con lo que nos falta, si es que falta el afecto de un hijo, padre, amigo, pareja), para poder escapar de ese narcisismo, propio o en pareja, que como nos advierte Fromm es el estado más común en nuestra sociedad.
La situación en lo que atañe al amor corresponde, inevitablemente, al carácter social del hombre moderno. Los autómatas no pueden amar, pueden intercambiar su "bagaje de personalidad" y confiar en que la transacción sea equitativa. Una de las expresiones más significativas del amor, y en especial del matrimonio con esa estructura enajenada, es la idea del "equipo". En innumerables artículos sobre el matrimonio feliz, el ideal descrito es el de un equipo que funciona sin dificultades. Tal descripción no difiere demasiado de la idea de un empleado que trabaja sin inconvenientes; debe ser "razonablemente independiente", cooperativo, tolerante, y al mismo tiempo ambicioso y agresivo. Así, el consejero matrimonial nos dice que el marido debe "comprender" a su mujer y ayudarla. Debe comentar favorablemente su nuevo vestido, y un plato sabroso. Ella, a su vez, debe mostrarse comprensiva. Ella, a su vez, debe mostrarse comprensiva cuando él llega a su hogar fatigado y de mal humor, debe escuchar atentamente sus comentarios sobre sus problemas en el trabajo, no debe mostrarse enojada sino comprensiva cuando él olvida su cumpleaños. Ese tipo de relaciones no significa otra cosa que una relación bien aceitada entre dos personas que siguen siendo extrañas toda su vida, que nunca logran una "relación central", sino que se tratan con cortesía y se esfuerzan por hacer que el otro se sienta mejor.
En ese concepto del amor y el matrimonio, lo más importante es encontrar un refugio de la sensación de soledad que, de otro modo, sería intolerable. En el "amor" se encuentra, al fin, un remedio para la soledad. Se establece una alianza de dos contra el mundo, y se confunde ese egoismo à deux con amor e intimidad.

En la concepción de Fromm no es solamente que el problema del amor no sea el de encontrar un objeto al que amar, en su concepción el objeto amado pierde toda importancia, llegando a explicar de esta forma los matrimonios acordados, un concepto que choca con nuestra idea cultural del amor romántico.
 
El amor erótico si es amor, tiene una premisa. Amar desde la esencia del ser -y vivivenciar a la otra persona en la esencia de su ser-. En esencia, todos los seres humanos somos idénticos. Somos todos parte de Uno; somos Uno. Siendo así, no debería importar a quién amamos. El amor debe ser esencialmente un acto de la voluntad, de decisión de dedicar toda nuestra vida a la de otra persona. Ése es, sin duda, el razonamiento que sustenta la idea de la indisolubilidad del matrimonio, así como las muchas formas de matrimonio tradicional, en las que ninguna de las partes elige a la otra, sino que alguien las elige por ellas, a pesar de lo cual se espera que se amen mutuamente. En la cultura occidental contemporánea, tal idea parece totalmente falsa. Se supone que el amor es el resultado de una reacción espontánea y emocional, de la súbita aparición de un sentimiento irresistible. De acuerdo con ese criterio, sólo se consideran las peculiaridades de los dos individuos implicados -y no el hecho de que todos los hombres son parte de Adán y todas las mujeres parte de Eva-. Se pasa así por alto un importante factor del amor erótico, el de la voluntad. Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso -es una decisión, es un juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede desaparecer. ¿Cómo puedo yo juzgar que durará eternamente, si mi acto no implica juicio y decisión?
 
Este concepto de la voluntad coincide con observaciones que he podido realizar a lo largo de mi vida, pudiendo comprobar cómo se ponía en práctica en numerosas ocasiones, aunque no es habitual reconocerlo, porque se espera que el amor surja de forma espontánea. En cualquier caso Fromm abre al final una pequeña puerta en la que admite la singularidad del objeto en el amor erótico.
 
Debemos amar a todos los seres humanos, o al menos a todos los que no comprometan nuestra dignidad o la de nuestros semejantes, pero me inclino a pensar que conviene encontrarle un sentido adicional al objeto de nuestro amor, especialmente si se trata del amor romántico (frente al amor fraternal, materno, paterno, religioso). Como el sentido de la vida de cada uno, creo que es algo que debe buscar uno mismo de forma personal. A mí me gusta la que expone el personaje de Jack Nicholson en la película Mejor… imposible
 
 
El amor, como reconoce Fromm, implica conocimiento, propio y del resto de personas

Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos comunes a todas las formas de amor: Estos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

 
Y en ese proceso de conocer íntimamente y en profundidad podemos mejorarnos, al entrar en contacto con el núcleo y la esencia de personas que poseen cualidades que admiramos. En la película el personaje de Nicholson admira precisamente la bondad del personaje de Helen Hunt, que se deriva precisamente de su capacidad de amar. Creo que en el caso del amor romántico, es bueno no fijarse en las características del posible objeto de nuestro amor desde el punto de vista del mercado de la personalidad, es decir, según el mandato cultural que valora determinadas características según el canón inconsciente de la sociedad de consumo (éxito, ser atractivo, una buena carrera profesional, tener amigos, haber tenido tal o cual experiencia), en su lugar podemos fijarnos en personas que tengan cualidades que admiramos. Esto cuadra bien con la idea del amor de Fromm, que se basa en el dar:
 

Sin embargo, la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él -da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio.

 
Será difícil, tan sólo hay que pensar en cómo nos bombardean con estereotipos sobre objetos sexuales deseables y prácticas y experiencias sexuales. Requerirá esfuerzo, disciplina y dedicación librarse de esos prejuicios que hemos, usando la jerga del psicoanálisis, introyectado. Es recomendable no frustrarse, perseverar y tener paciencia.
 
Esto nos lleva a la parte que puede resultarnos más útil de la obra Fromm, en la que nos habla de las cualidades que debemos trabajar para desarrollar el arte de amar. Como habréis podido comprobar en estas breves líneas Fromm nos interpela de forma profunda y que puede resultar dura, su apelación al altruismo, el conocimiento hondo de uno mismo y de nuestros seres amados, superando o al menos reconociendo los mandatos culturales introyectados, el respecto por el otro que implica negarse a la tutela o dominación y permitir su desarrollo tal cual es su naturaleza, aceptando las diferencias con la nuestra, renunciando a instrumentalizar a los otros para nuestros fines (por no hablar de la parte más metafísica, cuando apela la conexión con el centro del ser de otra persona); todo ello es raro en nuestra cultura y supone iniciar un proceso de perfeccionamiento que se tendrá que continuar toda la vida ¿Estamos dispuestos a intentarlo? Si es así serán de ayuda las siguientes consideraciones…
 
 
*Fragmento de un artículo más extenso que será publicado en La Proa del Argo
 



martes, 17 de mayo de 2016

Bienvivir, bienamar: nosotros en la edad del yo*

La sociedad de consumo, la otra cara del turbocapitalismo global que vivimos, nos presenta el mundo como una gran manzana que engullir, un conjunto de experiencias episódicas que hay que degustar y devorar sin pérdida de tiempo, antes que decaiga el brillo de la novedad. El modelo es el éxito, el objeto es el símbolo y la experiencia es el premio. La aparente cornucopia de placeres tiene el efecto contrario al deseado, un individuo infeliz y alienado de sí mismo, refugiado en la inconsciencia, que puede derrumbarse al menos traspiés. Sus relaciones afectivas, de existir, serán frágiles y superficiales. En este entorno adverso, el individuo debe reconstruir su capacidad de amar para satisfacer plenamente sus necesidades humanas.



Existe una impresión, que creo está muy generalizada entre la población, de que asistimos a un deterioro progresivo de las relaciones sociales en los llamados países desarrollados, impulsado por los cambios en los estilos de vida que nuestras sociedades han sufrido de forma acelerada en las últimas décadas. Sin embargo, no es fácil probar esto con datos, así, en España el número de hogares de menores de 65 años formado por una sola persona creció hasta casi triplicarse, un 271%, entre 1991 y 2011, y ha seguido creciendo a buen ritmo desde ese año. Sin embargo, que las personas vivan solas no tiene necesariamente que indicar un deterioro de sus relaciones sociales, aunque sí parece claro que la relación de pareja ya no es para toda la vida para una parte cada vez mayor de la población. Por otro lado, cada vez existen más estudios acerca del problema de la soledad, precisamente por la creciente preocupación en torno a esta cuestión, pero no disponemos de datos que nos permitan comprobar la evolución de este sentimiento con el tiempo. El informe La soledad en España señala que un 7,9% de la población mayor de edad vive aislada socialmente, de estos un 80% se sienten solos, pero solo un 60% de los que viven solos por decisión propia sienten la soledad, y solo un 50% de los que viven en compañía. El informe cita pistas que estarían denotando un aumento de la soledad

Otros indicadores que posiblemente estén dando pistas también del auge de la soledad son el aumento de la tasa de suicidios en España, así como el incremento de enfermedades mentales, ya que en el origen de muchas de ellas estarían estados solitarios previos.


Aunque la soledad es un fenómeno transversal, y uno de los grupos vulnerables son los jóvenes hasta 30 años, el grueso de los solitarios son mayores, lo que no resta validez a la argumentación que desarrollo en el artículo, dado que sentirse solo es sentirse no amado, y ello denota la escasa capacidad de amar de nuestra sociedad. Al fin y al cabo el cuidado está evidentemente relacionado con el amor, con preocuparse y ocuparse activamente por alguien. No es extraño pues que hayan disminuido drásticamente los nacimientos, salvo en los países que ofrecen fuertes incentivos económicos para ello, como Francia. En la actualidad, los hombres, y sobre todo las mujeres que declaran abiertamente no desear tener hijos reclaman lo que Zygmunt Bauman denomina derecho a ser reconocido, es decir, que se vea su elección como algo completamente normal:

Durante mis años fértiles, he tenido todo el tiempo del mundo para tener hijos. Tuve dos relaciones estables, una de ellas desembocó en un matrimonio que aún continúa. Mi salud era perfecta. Podría habérmelo permitido desde el punto de vista económico. Simplemente, nunca los he querido. Son desordenados; me habrían puesto la casa patas arriba. Son desagradecidos. Me habrían robado buena parte del tiempo que necesito para escribir libros.

Junto a este grupo, también reclaman su derecho a ser reconocidos los que se definen como asexuales. No seré yo quien se lo niegue, la libertad de elección, la igualdad y el derecho a una vida digna están por encima de cualquier consideración. Lo que intentaré será exponer los condicionantes sociales que hay detrás de todo este conjunto de fenómenos, que evidentemente los hay, solo podemos explicar la menor duración de la relación de pareja a través cambios sociales, como también solo podemos explicar de esta forma que el porcentaje de población que se declara asexual sea muy distinto en Japón que en los países occidentales:

una encuesta de la Asociación de Planificación Familiar de Japón (APFJ) mostró que 45% de las mujeres entre 16 a 24 años no estaba interesadas, o incluso rechazaban, cualquier contacto sexual

Nuestro punto de partida será por tanto la frase atribuida a Jean Paul Sartre “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él” ¿Y qué es lo que hicieron de nosotros? Hicieron que nuestra característica más definitoria sea la de consumidores, y ello tiene profundas implicaciones que ya explicamos. En la sociedad de consumo nos vemos a nosotros mismos como un producto en un mercado, pensamos en nuestras particularidades físicas, las habilidades y conocimientos que adquirimos o los productos que usamos, y su marca, como características que nos dan un valor de cara a establecer una relación con los demás. Y valoramos de la misma forma al resto de personas. El éxito es el modelo, en el sentido de ser un producto atractivo. Las relaciones amorosas no son una excepción a la regla, y esto ya lo percibió Erich Fromm tan pronto como en 1956, antes incluso del surgimiento de la sociedad de consumo. En su libro El arte de amar señala:

Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente de una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. “Atractivo” significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de personalidad. […] De cualquier manera, la sensación de enamorarse solo se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Quiero hacer un buen negocio; el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio.

El modelo es el éxito, y el objeto es el símbolo, aunque en realidad no sea más que un medio, una forma de mediar las relaciones humanas.

La acumulación de experiencias, junto con la adquisición de objetos de consumo, es la forma de “capitalizarse”, adquirir un valor de cara a los otros, invertir en uno mismo. Es la forma de posicionarse en el mercado de la personalidad donde los futuros amantes se validan intersubjetivamente y esperan realizar un buen intercambio, encontrar un compañero de igual o mayor valor de cambio que ellos mismos.

No es difícil observar que esto es problemático de cara a las relaciones humanas, si concebimos nuestras relaciones en función del coste y beneficio, como una transacción ¿que pasa cuando un miembro de la pareja percibe que su valor en el mercado ha subido, por ejemplo por un ascenso, nuevas habilidades, envejecer mejor que su pareja? El intercambio ya no le resultará provechoso, en consecuencia buscará otro, romperá su relación y buscará otra que se adecue mejor a su valor de mercado.

Incluso los medios a través de los cuales intentamos adquirir “valor de mercado” pueden convertirse en un fin en si mismos, y hacer todavía más frágil la relación ¿Que ocurre cuando descubrimos que nuestras experiencias no están a la altura de la publicidad?

Últimamente las expectativas de la vida sexual son tan altas que nos han vuelto desdichados, losers, eyaculadores precoces, demandantes de cirugías plásticas vaginales o alargamientos de pene, aspirantes a utilizar técnicas que ni las geishas más experimentadas dominan, catadores profesionales de practicas sexuales en busca de aquella que “si sea para tanto”

¿No buscaremos nuevas experiencias? ¿Alguien que nos permita adquirir más “capital”?

Cuando percibimos que nuestras relaciones se basan en el equilibrio entre coste y beneficio, que son frágiles, tomamos precauciones al respecto, intentamos no “invertir” demasiado en ellas, estar preparados para disolverlas de forma rápida y poco traumática. En palabras de Zygmunt Bauman en su obra Amor líquido

Por supuesto, un relación es una inversión como cualquier otra, ¿y a quién se le ocurriría exigir un juramento de lealtad a las acciones que acaba de comprarle al agente de bolsa? ¿Jurar que será semper fidelis, en las buenas y en las malas en la riqueza y en la pobreza, “hasta que la muerte nos separe”? ¿No mirar nunca hacia otro lado, donde (¿quién sabe?) otros premios nos esperan?

Nos esperan otros premios, pero no necesariamente la felicidad volviendo a Amor líquido

Comprometerse con una relación que “no significa nada a largo plazo” (¡y de esto son conscientes ambas partes!) es una espada de doble filo. Eso deja librado a su cálculo y decisión la posesión o el abandono de la inversión, pero no hay motivo para suponer que su pareja, si lo desea, no ejercerá a discreción el mismo derecho, y que no estará libre para hacerlo a él o a ella se le antoje. La conciencia de ese hecho aumenta aún más su inseguridad.

La vorágine consumista tiene una cara siniestra, la necesidad de estimular constantemente el deseo, lo cual se consigue devaluando la experiencia anterior. Ni siquiera de la acumulación de experiencias, o capital personal, podemos esperar gran cosa. Como ya señaló Aldous Huxley, a pesar de la fiebre de nuestra sociedad por los inventos, no hay señales de que estos inventores deseosos de aumentar los dígitos en su cuenta corriente sean capaces de inventar una experiencia nueva que no haya acompañado a la humanidad a lo largo de toda su historia.

El amor y la felicidad están por tanto bajo sospecha, no parece que la nuestra sea una sociedad donde sea sencillo alcanzarlos. Es un problema que en gran parte tiene un origen social, por consiguiente la mejor forma de atajarlo sería socialmente ¿cómo? Tendríamos que pensar en una sociedad menos individualista y que al mismo tiempo permita el desarrollo auténtico de las potencialidades individuales, dado que en el presente el individualismo es un decorado detrás del cual se esconden individuos idénticos, que actúan y piensan de la misma forma y se diferencias en pequeños detalles sobre sus hábitos de consumo. Nadie sabe como puede ser esa sociedad, aunque desde Autonomía y Bienvivir hemos lanzado una hipótesis.

A pesar de las dificultades, en lo que seguirá trataré de alumbrar, tímidamente, una respuesta adaptativa, individual (no podemos vivir de espaldas a nuestra sociedad) a lo que el resto considera bueno o aceptable. La respuesta individual, siendo limitada, no puede evitar ser disruptiva. Amar, en una sociedad en la que esto es raro, puede inducir cambios que vayan más allá de lo que podemos predecir. Nadar contra la corriente no deja de ser disruptivo, aunque se trate de una gota en un océano, si más gente siguiendo nuestro ejemplo se lanza al agua ¿quién sabe si todos juntos serán capaces de cambiar el sentido en el que fluye la corriente? No hay alternativas, solo intentarlo.


Siguiente artículo de la serie Bienvivir, bienamar: el arte de amar

 
*Fragmento de un artículo más extenso que será publicado en La Proa del Argo

domingo, 8 de mayo de 2016

Globalización: agujero negro del planeta

Es habitual que se hable de los paraísos fiscales como un problema para la economía actual. Tal es el caso del libro de la ilustración, que mostraba algunas claves de este asunto en 2011. Pero en realidad esa forma de funcionar reflejada por la evasión fiscal está en la misma esencia de la globalización. No se trata de un problema de la economía globalizada sino que la globalización consiste en eso. Se trata de que las empresas y las grandes fortunas puedan eludir las normativas aprobadas en los distintos parlamentos. Así, por ejemplo, es posible vender en Francia lo que se ha producido sin impuestos franceses y con métodos ilegales en este país por su impacto ambiental o por las condiciones laborales.

Los costes eludidos de este modo por grupos privados pasan a ser “externalizados” en forma de daños ambientales y de costes comunes. Y todos los países se ven presionados para igualar a la baja las normativas laborales, fiscales y ambientales en un intento de hacer más competitivas a sus empresas o de atraer inversiones productivas, financiación o compra de deuda pública, con la degradación de la vida y del medio ambiente que implica esta erosión normativa. Así se cierra el círculo: la elusión de las normas termina anulando estas y entregando el poder legislativo a las élites económicas. Este es el verdadero objetivo del planteamiento.

La competencia entre los países por el maná económico de unos capitales libres para elegir su destino en “los mercados” convierten a los pueblos en meros proveedores rivalizando por servir mejor a élites particulares de todo el mundo. Se nos dice que con ello el país ganará competitividad, (es de suponer que mientras no hayamos llegado todos los países a un fondo en el que la degradación impida competir más a la baja). ¿Pero por qué tomamos por virtuosa una competitividad que no se debe a la mejora de las capacidades sino a un dumping progresivamente legalizado? 

El dumping consiste en vender un bien o servicio a un precio inferior al coste de producirlo. El objetivo es eliminar a los competidores más débiles, incapaces de soportar pérdidas similares, para así apoderarse de una mayor cuota de mercado, lo que lleva a la formación de oligopolios.

En el contexto de la globalización la empresa multinacional se sirve de costes de producción de países empobrecidos, con regulaciones permisivas o con gobiernos corruptibles para producir con costes inferiores a los del país en el que se va a vender. De este modo el dumping se vuelve estructural, permanente, ya que la gran corporación ni siquiera sufre pérdidas temporales en el combate. Y este tablero de juego lleva irremisiblemente a la formación de oligopolios globales.

Lo que se gana en una merma de precios inicial se pierde en empleo y en autonomía económica, y se sustituye por una explotación social y ambiental que comienza en el país menos desarrollado y que poco a poco se va generalizando en el planeta. Por supuesto, como bien sabemos en España, cuando un oligopolio está consolidado los productores también pueden subir innecesariamente los precios junto a sus bonus y beneficios.

Los refugios fiscales -tax haven- en los que tienen multitud de cuentas los principales bancos y las multinacionales entre otros privilegiados, son la clave de bóveda de este sistema. Casi el 50% de las transacciones financieras transfronterizas mundiales pasa por los paraísos fiscales. Merece la pena, por tanto, enfrentar esos pequeños puntos de la economía con tanta masa monetaria concentrada en ellos que son capaces de tragarse su propia luz impidiéndonos ver qué pasa ahí.

El propio G7 declaró ya en 1996, en la cumbre de Lyon, que "la globalización está creando nuevos retos en el ámbito de la política fiscal. Esquemas fiscales destinados a atraer actividades móviles, financieras y de otro tipo, pueden crear una competencia fiscal dañina entre estados, conllevando el riesgo de distorsionar el comercio y las inversiones."

Pero visto lo ocurrido desde entonces, habría que leer entre lineas lo declarado por el G7. Donde se dijo "reto" y “riesgo” había que entender "oportunidad". Se estaba anunciando que la globalización hacía posible socavar el poder de los estados y abría grandes oportunidades de negocio para “el comercio y las inversores”. Veinte años después esos “esquemas fiscales”, que en gran parte dependen directa o indirectamente de los miembros del G7, siguen cumpliendo su función. 

http://www.financialsecrecyindex.com/introduction/fsi-2015-results
No son sólo lugares como las exóticas Bahamas o la tradicional Suiza, tan familiares en nuestras conversaciones desde hace mucho tiempo, sino también EEUU, Gran Bretaña o Alemania entre otros miembros del citado G7. La evasión fiscal ocupa un puesto principal en nuestra economía. ¿Pero acaso debemos aceptar como inevitable una "fatalidad" cuyo origen es claramente artificial? Lo primero que cabe deducir es que no se trata de unos cuantos lugares problemáticos que supuestamente se niegan a colaborar con la transparencia fiscal internacional sino de una institución global nutrida y controlada reticularmente por particulares privilegiados de todo el mundo cuyos capitales gozan de libertad sin inspección.



Algunos datos
  • Según Tax Justice Network, desde los años setenta el número de tax havens ha pasado de 25 a 80.
  • Se estima que el 23% de los depósitos bancarios del mundo se halla en los paraísos fiscales.

  • Todas las empresas del Ibex 35 (menos una) están presentes en paraísos fiscales, con 810 filiales confirmadas, según el informe La ilusión fiscal elaborado por Oxfam Intermón.

  • Existen varios millones de sociedades off shore en todo el mundo. Sólo en las Islas Vírgenes, con 23.000 habitantes hay casi un millón de estas sociedades que, por otra parte, se crean de forma compleja y en varias capas para dificultar su inspección. En una única oficina de Delaware, EEUU, hay 285.000 sociedades como Mossack Fonseca.

  • Los estándares contables internacionales, establecidos por una élite tecnocrática elegida entre las propias corporaciones, (IASB), permiten que una multinacional presente sus resultados de forma consolidada en lugar de hacerlo país por país. Con ello queda oculta la transferencia de los activos entre las empresas del grupo situadas en distintas naciones, simulando ventas sin beneficios excepto en el país con menores impuestos, donde finalmente declararán todos los beneficios, -transfer mispricing-. Por otro lado, también queda oculto el riesgo de los activos perjudicando con ello la estabilidad financiera global.

  • Los flujos ilícitos de capitales procedentes de los países en desarrollo superan en diez veces la ayuda a los mismos y doblan su deuda. Se puede decir que son estos los que financian a los demás países (o a sus élites) y no al revés.

  • Según Global Financial Integrity, entre un 60 y un 65% de la cantidad global que sale de los países en desarrollo hacia los paraísos fiscales correspondería al fraude y la evasión fiscales de las corporaciones multinacionales, entre el 30 y el 33% al crimen organizado, y entre el 3 y el 5% a la corrupción.


Algunas medidas contra la evasión fiscal reiteradamente solicitadas a los gobernantes, entre otras muchas propuestas más detalladas, que permitirían recaudar los impuestos y hacerlo en los países donde se realizan las ganancias:

  • Presentación de cuentas país por país obligatoria para las corporaciones multinacionales.
  • Intercambio de información entre países de forma automática y multilateral, (no a petición de parte y de forma bilateral, lo que deja en desventaja a las naciones menos poderosas), así como dotar de capacidad real al Comité Fiscal de la ONU.
  • Publicar quiénes son los beneficiarios, ordenantes, gestores y otros intermediarios de las compañías fantasma. Registros mercantiles públicos.

En la primera mitad de este ameno programa podemos encontrar las claves principales para entender cómo las élites evasoras se sirven de paraísos fiscales, además de algunas sencillas medidas para acabar con esta iniquidad que sólo dependen de voluntad política, (explicadas por José María Peláez, Inspector de Hacienda, ex-presidente de la organización profesional de inspectores de Hacienda y uno de los mayores expertos de España en la lucha contra la evasión fiscal).



Peláez recomienda entre otras cosas:
  • No reconocer personalidad jurídica a todas las sociedades que operan en paraísos fiscales, (previa confección de una lista negra de los mismos incluyendo en ella a todos los que no compartan su información de forma automática y sin cortapisas). Con ello estas sociedades no podrían realizar ningún negocio reconocido jurídicamente en territorio español, quedando bloqueada su actividad en la misma notaría.
  • No permitir que los bancos tengan sucursales en los paraísos fiscales, o bien exigir que aporten la misma información sobre su actividad que la reportada en España.

Pero recomiendo escuchar también la segunda parte del programa enlazado, la entrevista a los músicos de la Fundación Tony Manero, porque pareciendo un tema poco relacionado con el primero, creo que su historia ilustra bien los mecanismos del poderoso caballero actuando sobre nuestra docilidad cultural. A lo mejor comprendiendo esta raíz común entenderemos por qué los políticos comerciales nunca tomarán la iniciativa para acabar con el mal que está en su mano, (nunca mejor dicho). Y por si no es bastante, enlazo otra interesante charla sobre los vídeos de moda en Youtube que muestra su condicionamiento político y su mediación en el nuestro. 

Todos sabemos que las radiofórmulas elaboran sus listas de éxitos antes de que el éxito tenga lugar, en base a la inversión que se decide realizar, y salvo excepciones la fórmula funciona: el éxito se cultiva en nuestras mentes. No hay motivo para pensar que esa manipulación no es trasladable a la política económica (donde tantos intereses están en juego). El éxito de las ideas se cultiva mediante una adecuada selección de expertos que imparten doctrina como curas modernos desde el púlpito de sus pizarras televisivas. Además se compra la afinidad de los representantes con la financiación de sus campañas y con puertas giratorias. De este modo, al igual que tenemos éxitos comerciales, tenemos partidos comerciales. Al menos en la medida en que no decidamos abandonar nuestra docilidad cultural. Esto, junto a una amplia estructura de intereses creados, lleva a tolerar como una fatalidad la corrupción, la evasión fiscal y la propia globalización. 

“La corrupción no es una desviación contingente del sistema capitalista global, es parte de su funcionamiento básico. (...) El sistema jurídico capitalista global es en sí, en su dimensión más fundamental, la corrupción legalizada. La cuestión sobre dónde comienza el crimen (cuáles operaciones financieras son ilegales) no es una cuestión legal, sino una cuestión eminentemente política, atañe a la lucha por el poder.”

Como decíamos al principio, la evasión fiscal sólo es la expresión más depurada de un proceso más amplio que llamamos globalización. Con la legalización progresiva de lo que fueron formas ilegales de producir y de comerciar es posible que, antes de acabar con la evasión, esta deje de serlo porque el avance de la globalización haya arrastrado todas las legislaciones a un mismo inmundo nivel.

De hecho ese es el camino emprendido cuando se han establecido listas de países con distinto grado de transparencia, colocando en listas grises y blancas a numerosos lugares considerados antes paraísos fiscales por la mera promesa de colaboración futura. El asunto llega al ridículo (o a la burla) de que se ha llegado a blanquear algunos de estos lugares por compartir información entre ellos. La competencia fiscal fomenta ese mismo camino mediante la elusión legal cuando, por ejemplo, las deducciones convierten cualquier estado en un refugio fiscal selectivo en el que las grandes empresas apenas pagan. Pero esto es parte del mismo proceso global que convirtió la cesión ilegal de trabajadores en subcontratación legal (al introducir las ETT en los 90) en favor de la flexibilidad laboral y de la inflexibilidad patronal; o que cambió la ley del suelo dando lugar a la burbuja inmobiliaria que tanto se nutrió de capital extranjero; o que cambia la ley de montes o la protección de los parques naturales para una mayor explotación comercial de los mismos.


Las leyes no tienen por qué ser inmutables, pero una vez abierta la puerta a la libre circulación de capitales, el chantaje económico que estos pueden perpetrar sobre cada parlamento impide o dificulta mucho revertir el proceso en cualquiera de sus puntos. Como la pérdida de soberanía de los parlamentos no se sustituye por foros democráticos equiparables al ámbito de libre comercio, la globalización implica la eliminación progresiva de la democracia (en la pobre medida en la que esta pudiera existir). Y esto se hace deliberada y conscientemente: se nos dice que los inversores o los acreedores deben poder juzgar nuestro comportamiento económico… como proveedores de su riqueza. Por tanto el problema es también ideológico.

Fuente: Luis Molina - EFC
Extrañamente se vende como imparcialidad el criterio de quienes son interesados y parciales por definición. La mayor parte de los fondos especulativos mundiales operan desde lugares opacos, algo a tener en cuenta cuando nos hablen de "los mercados", esos entes en los que hemos depositado la confianza en nuestras economías a la vez que evitan ser fiscalizados por nuestro criterio colectivo.

Al añadir el fraude, la evasión y la elusión fiscal, la desigualdad global es mucho peor de lo que creemos y mucho peor de lo que, por ejemplo, ha podido calcular Oxfam, y esto deja claro que eran innecesarios y represivos los ajustes fiscales y la austeridad impuesta precisamente sobre quienes tienen necesidades sin cubrir entre el derroche lujoso de quienes ya viven muy bien. Ha sido una estafa. Aunque por debajo estemos afrontando y acrecentando un problema de recursos naturales, también se ha dado una enorme estafa. Las élites se han defendido de la crisis de fondo imponiendo una mayor desigualdad.

Teniendo en cuenta esto último, está claro que acabar con la evasión no sería más que un primer paso para afrontar los problemas del presente. Pero es necesario dar ese paso para resolver también el problema de los recursos naturales y el, más dramático aun, deterioro de la biosfera. Cabría pensar que la extralimitación ecológica en la que se ha sumergido el mundo no se vería alterada por una recuperación fiscal, (un mero cambio de cromos monetarios). O que incluso esta recuperación quizá diera lugar a un mayor consumo. Y sin embargo el efecto de la represión económica -mal llamada austeridad- ha sido contraproducente: los afectados sólo ven futuro en un mayor crecimiento económico que, quizá, ofreciera empleos estables. Y la prueba está en que esa es la esperanza que aglutina votos en las nuevas formaciones de la izquierda (aunque incluyen corrientes diversas). Con la represión algunos compran menos a costa de sufrir injustamente pero las políticas productivistas renuevan un masivo apoyo por otras vías ante el miedo a continuar o a caer en esa situación. Una huida hacia adelante de consecuencias imprevisibles para el planeta.

Lo que necesitamos, yendo algo más allá del primer paso, es que el flujo de dinero recuperado se repartiera entre quienes sí tienen necesidades sin condicionar este reparto a que el mercado les permita participar en una mayor actividad productiva, ya de por sí insostenible (y que, en puridad, deberíamos llamar actividad transformadora). Y es que esos cromos o esos números en la pantalla del banco no son inocuos precisamente por nuestra consensuada fe en ellos; porque hemos decidido que nada se recibe si no es a cambio de ellos.



Por su parte los empresarios alegan que las circunstancias de la globalización les obligan a adaptarse a las mismas y a actuar así, evitando los impuestos, explotando a trabajadores y esquilmando la naturaleza allá donde las leyes lo permitan (o subcontratando la esclavitud, la contaminación y la irresponsabilidad fiscal) como forma de sobreponerse a la competencia. ¿Pero quiénes han apoyado el proceso globalizador? La aparente inocencia (a)política de esta gente sería inmoral precisamente por apolítica si realmente lo fuera, pero salta a la vista que en realidad es falsa y que lo suyo es aprovecharse cruelmente. Los márgenes ganados a costa de la explotación neo-colonial dejan en evidencia sus argumentos. No necesitan esa esclavitud ni esa obsolescencia modal -cada vez más breve- para que la actividad sea rentable sino para satisfacer su codicia y para ganar poder.

A menudo se disculpan las deslocalizaciones con el argumento de que favorecerán a países lejanos y empobrecidos). Pero si realmente buscaran el desarrollo de estos, tendrían que haber pagado el mismo salario que aquí, (pongamos que descontando el transporte). Puesto que pagan una cantidad menor salta a la vista que el desarrollo es una disculpa. ¿Cómo puede ser desarrollo la esclavización? Los empresarios parecen confiar el "progreso" de esos países a que los trabajadores sean capaces de luchar precisamente contra ellos, contra los empresarios, que es lo que en el pasado cambió algo las cosas por aquí. La hipocresía es monumental, especialmente cuando la propia globalización pone muy difícil esa desigual lucha, o cuando el citado transfer mispricing es ampliamente utilizado para eludir los impuestos que tendrían que pagar allí. Y la historia demuestra que el desarrollo no depende de esa libertad para las invasiones y para las fugas de capital privado foraneo. En cuanto a los daños ambientales, el daño está hecho desde el primero de ellos. Cada uno de ellos es un retroceso respecto al horizonte de una sociedad mejor. 


Otro argumento ampliamente utilizado es el incremento de la competitividad general, más allá de cada estado, que supone este proceso globalizador. Pero se trata de una competitividad que no mejora nada el mundo pues no deriva de un aumento de capacidades sino de la extorsión política mediante leyes compradas en una subasta a la baja. ¿Acaso elegir unas reglas del juego más cómodas es jugar mejor? Este aumento de capacidades sólo puede aparentarse no contabilizando lo que destruimos, y no teniendo en cuenta la eliminación de competidores locales por parte de las multinacionales gracias a esta capacidad falseada. Con ello se socava la autonomía local de todas las poblaciones haciéndolas vulnerables, chantajeables, frágiles ante los cambios futuros y dependientes de los mercaderes globales.

Todo tipo de bienes que pueden ser producidos cerca de las zonas de consumo pasan por un absurdo transporte de miles de kilómetros. Lo que parece racional desde un punto de vista crematístico (porque es rentable) resulta irracional si tenemos en cuenta los recursos energéticos y el impacto ambiental de su transporte. La organización eficiente en el marco de una empresa resulta antieconómica cuando observamos el conjunto resultante. 
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Visualización del transporte global, sólo el marítimo

Pero este resultado conjunto es despreciado por la forma de medir las cosas de la economía convencional. Esta se limita a agregar en una suma las eficiencias particulares que no mostraría una eficiencia general si incluyéramos los costes externalizados. Y a las personas también se les impone una movilidad no deseada, a veces masiva, (del campo a la ciudad o de países empobrecidos a los opulentos), y a veces diluida en una miríada de individuos que buscan salir del paro dentro de los países enriquecidos. La primacía de la máxima rentabilidad presente es una idealización dogmática: este criterio no coincide con el de una lógica organizativa conjunta sostenible y al servicio del ser humano. 

Y es que llamamos comercio internacional a lo que en realidad es un comercio entre particulares, no “entre naciones”, no concretado por los gobiernos en función de las necesidades de cada estado considerado en su conjunto. En lugar de ello, lo que decide cada intercambio es la posibilidad de maximizar el lucro de élites privadas cuyos intereses no tienen por qué coincidir con los de ningún país concreto.

Se nos dice que el intercambio de excedentes mediante el comercio global, (tantos como sea posible producir y vender), supondrá un beneficio mutuo porque cada territorio obtendrá lo que no puede producir y venderá lo que puede producir en demasía. Se extrapola así la dinámica de un mercado de productos locales al planeta en su conjunto. Pero esta dinámica (además de basarse en el citado trampeo de las leyes locales que condiciona dónde surgen los excedentes), queda diluida en un volátil océano de capitales privados que no necesitan comprometerse con ninguna empresa y con ningún país para hallar un beneficio mayor gracias a la posibilidad de especular con los incesantes cambios inducidos en las valoraciones bursátiles, en las legislaciones y en las normativas fiscales. El valor monetario de los derivados financieros multiplica varias veces el valor de la llamada economía real. Con ello las economías se ven asediadas por una sucesión de burbujas invasivas, decepciones de expectativas y amenazas de fuga de capitales que dejan endeudadas a poblaciones enteras

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No al TTIP: http://www.noalttip.org/

Actualmente la integración económica global iniciada con las rondas del GATT, luego OMC, continúa a través de tratados que intentan llevar más lejos esta política. Ante la división de la OMC entre BRICS y el resto de países desarrollados, los gobiernos representativos de estos últimos están promoviendo nuevos tratados de libre comercio como el CETA, el TTIP y el TISA, siempre al margen del conocimiento y de la participación ciudadana. Se entiende que su infame secretismo es necesario para igualar a la baja los estándares legales. 

Al hacer una contabilidad nacional algunos territorios parecen beneficiados en la medida en que sus empresas han podido aprovecharse de la situación en otros lugares, pero en la práctica sólo las clases pudientes reciben los beneficios de esa explotación basada en la especulación, el endeudamiento y la extorsión a las legislaciones locales. El descontrol de capitales y el comercio incontrolado y maximizado causan una destrucción que supera los problemas de financiación o de crecimiento que se pretendían solucionar. Y es que a menudo esos problemas sólo son tales en el marco de una competición económica territorial que exige lograr la máxima producción nacional posible. 

Mientras nosotros nos preocupamos por un PIB medido territorialmente, las élites juegan a un juego distinto, al margen de todas las poblaciones, aunque utilicen banderas de conveniencia. La comparación del producto nacional de cada territorio es sólo un escenario de cartón piedra para condicionar nuestra percepción y para distraernos con cálculos inútiles en una competición falsa. Cuando el proceso acabe sólo existirán economías privadas sin fronteras y sin otra regulación que la pactada entre sus dirigentes particulares. Eso sí, la mayoría de las personas estaremos confinadas localmente, sólo movilizadas laboralmente como recursos y bien vigiladas porque, como dijo el G20 hace ya siete años, la era de la opacidad se ha terminado, (¿o se referían a otra cosa?).

"Celebración de la caída del muro de Berlín"

El señuelo final es el consumo. Quienes pueden permitírselo ven bondades en todo este tinglado porque pueden comprar barato incesantes novedades. Este mirífico consumo es el tesoro al que no se quiere renunciar. E incluso se confunde con la libertad y la democracia sólo porque uno puede elegir entre una gama limitada de objetos y de servidumbres predefinida por el mercado y sus controladores. ¿Pero acaso deja de ser dependiente el adicto sólo porque pueda elegir entre un traficante cruel y otro piadoso?

La generalización de un consumo y una inversión responsables podría ayudar a cambiar los efectos del mercado, pero quienes más necesitan ese cambio son precisamente quienes menos capacidad de consumo y de inversión tienen. Además la información necesaria para elegir bien sería inabarcable para cada consumidor aunque no se nos ocultara ni fuera imperfecta. Y por último, si esa conducta depende de la buena voluntad y no de la legislación, una minoría enriquecida que no suscribiera esta opción continuaría haciendo mucho daño. Sólo con una Economía del Bien Común establecida por ley, sin escapatoria, el consumo tendría un efecto significativo. Pero aun así hay muchas opciones de política económica ahora vetadas por “los mercados” que simplemente no pueden decidirse mediante el consumo. 

Si el mercado libre y el libre comercio global es intensamente defendido como regulador social por las élites económicas es porque, aparentando ser un sistema accesible a todos por igual, en realidad es fácilmente manipulable por quienes concentran mayor capital, (además de excluyente para quien no lo tiene).

La conclusión sólo puede ser que estamos, ante todo, frente a un problema político. 

Pero dejaré para otra entrada la posibilidad de abordar, siquiera como horizonte de referencia, un planteamiento alternativo a este sistema político que llamamos economía globalizada.


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A través del espejo liberal: Parte (1); Parte (2)