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lunes, 27 de julio de 2015

Una encíclica contra el imperialismo económico y la tecnocracia: "Laudato si"



Mi compañero Jesús Nacher ha escrito una entrada previa en el blog sobre la encíclica “Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común” y me invitó a exponer mi opinión, lo que hago encantado.



La encíclica “Laudato si” del Papa Francisco, ha generado gran revuelo en algunos medios, especialmente conservadores, que defienden una visión neoliberal. Se le han dedicado algunos epítetos poco agradables y, hasta sorprendentes, hacía una figura religiosa de su relevancia. Sin embargo, lo esencial ha sido la descalificación a su capacidad o autoridad para hablar de estos temas. Simplemente, le han dicho que se dedique a sus asuntos y deje a los que saben de estos temas. Se podría interpretar como un choque de fes, pero no haría justicia al contenido de la encíclica que es, radicalmente, diferente a lo habitual en estos textos. Es cierto, que la encíclica está plagada de referencias religiosas, que menos podríamos esperar, pero no nos dejemos engañar, el mensaje contenido es mucho más moderno y progresista de lo que el “establishment” está dispuesto a soportar. En este caso, no han sido sólo unos cuantos pasos más allá respecto a lo que consideran tolerable sino que, se ha pasado varios pueblos y, eso es imperdonable.

El texto es extenso, y me voy a centrar en determinados aspectos que me parecen importantes desde el enfoque de la economía ecológica.

En primer lugar, es importante destacar el reconocimiento de la complejidad que conlleva considerar que el ser humano no es dueño y señor de la naturaleza, sino un senescal al que se le ha encargado su cuidado. Esta cuestión es trascendental, porque la utilización y aprovechamiento de la naturaleza y sus recursos es el pilar donde se edifica la iglesia del crecimiento ilimitado. La Biblia, siempre había sido interpretada de forma que dieran soporte a esa idea de dominio y sometimiento. La encíclica dice:

Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas.”

Y añade:

Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras.”

Lo que resulta cercano a la definición de renta de Hicks o de renta sostenible, un elemento fundamental de la economía del estadoestacionario. Se trata de conservar el capital natural minimizado el flujo, dicho en palabras de Herman Daly:

"... la máxima cantidad que una comunidad puede consumir en un año, y ser todavía capaz de producir y consumir la misma cantidad el año siguiente. En otras palabras, la renta es la máxima cantidad que se puede producir manteniendo la capacidad productiva (capital) intacta. Cualquier consumo de capital, hecho por el hombre o natural, debe ser sustraído en el cálculo de la renta. Asimismo, debe abandonarse la asimetría de añadir al PIB la producción de los anti-males sin, en primer lugar, haber sustraído la generación de los males que han hecho los anti-males necesarios. Señalar que el concepto de Hicks de renta es sostenible por definición. La contabilidad nacional, en una economía sostenible, debería intentar aproximarse a la renta hicksiana y abandonar el PIB."

Asimismo, pone el dedo en la llaga cuando señala la inconsistencia del modelo circular de la economía, esa presunta máquina de movimiento perpetuo que tanto critican los economistas ecológicos:

Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar.”



Sin embargo, tal cosa no es posible, al menos, en este universo y con las leyes de la física que conocemos como ya he explicado en otros artículos más extensamente. No obstante, el Papa es perfectamente consciente de esa realidad cuando afirma:

Es el presupuesto falso de que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos.”

Este punto, contiene una declaración decisiva, el reconocimiento de lo que ha venido en denominar, desde el célebre informe del Club de Roma, los límites del crecimiento. La frase resume lo que Nicholas Georgescu-Roegen denominó proceso de transformación, en contraposición al proceso de producción que nos explica el paradigma económico dominante. El hombre transforma recursos naturales que son limitados en bienes y servicios útiles, pero también, genera residuos que los sistemas naturales deben absorber y reciclar. Esos sumideros tienen unos límites en su capacidad de absorción y son un sistema complejo que sostiene la vida. Dañarlos y/o saturarlos tienen consecuencias que van más allá de la propia función de ese sistema ecológico como sumidero de residuos y repercuten en el conjunto. Por eso, Georgescu-Roegen señalaba que la economía dominante trata la naturaleza como si viviéramos en el Jardín de Edén, ignorando todas las repercusiones de sus procesos de transformación. Parecería que la producción obtiene las cosas de la nada, violando el primer principio de la termodinámica. No vivimos en él, como bien nos explica el Papa, porque si alguna vez lo hicimos fuimos expulsados.



El texto contiene críticas frontales a la piedra sobre la que se edifica la iglesia del crecimiento ilimitado, el progreso tecnológico. Es la tecnología, la que nos permite vivir en ese añorado Jardín del Edén, al menos, eso es lo que piensan sus defensores. La sustitución infinita entre el capital natural y el hecho por el hombre mediante el precio que nos suministra el dios mercado es lo que nos hace no mirar hacía atrás y avanzar firmes y decididos por la senda del crecimiento que, a la postre, siempre nos beneficiará a todos, aunque su distribución sea muy desigual.

La alianza entre la economía y la tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos. Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una molestia provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.”

Sorprende la contundencia de la declaración e indica una beligerancia activa ante todos los obstáculos que los poderes económicos ejercen sobre cualquiera que se revele contra el “business as usual”, cuya manifestación más pedestre es el negacionismo ante el cambio climático (recomendable leer el "tour de force" de Ferran P Vilar sobre la cuestión).

Sobre la fracasada política del “trickle down” desmentida por los datos y, por la asimetría en el reparto de las cargas de la crisis, que continúa siendo la bandera de enganche de las políticas económicas neoliberales se afirma en el texto:

Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza.”



No es más que el cacareado camino del crecimiento que nos hace más ricos consumiendo más y, siéndolo, es más fácil solucionar los problemas que se presentan. Es la celebre y errónea metáfora de la marea que eleva todos los barcos, olvidando que la pleamar en un lugar se corresponde con bajamar en otro. El problema es que el crecimiento del PIB (flujo) no nos hace más ricos, nos hace más pobres, sólo que no contabilizamos los costes. Por lo tanto, cuanto más insistamos en esas políticas de crecimiento sobre la base de la sustitución entre capital natural y capital hecho por el hombre, más lejos estaremos de solucionar nuestros problemas o, de al menos, mitigarlos.

Dicho lo anterior, hay que decir bien alto que ésta no es una encíclica anti-modernista, al contrario, reconoce el valor de la ciencia y la tecnología, pero no se deja engañar por ese angelismo que considera cualquier avance tecnológico como intrínsecamente positivo carente de iatrogenias.

Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia.”

Tengo mis dudas, pero estaría encantado de que esa consciencia alcanzara a una parte sustancial de la sociedad con capacidad de transformar una realidad que avanza implacable por los caminos del crecimiento del flujo (PIB) a costa de depredar el capital natural. El crecimiento anti-económico continua su paso firme y, cuando más obstáculos, más empeño en generar crecimiento, el bálsamo de Fierabras que todo lo cura a costa de matar aquello que nos mantiene con vida.

Sin embargo, la encíclica es consciente de los poderosos intereses que están detrás de la fe en el progreso tecnológico y en el crecimiento ilimitado. Una de las manifestaciones más evidentes es puesta de manifiesto de forma directa:

Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático.”



Supongo que, esta declaración tan franca es una de las que ha levantado más ampollas entre aquellos que se dedican a negar que el ingenio humano tenga límites. Una creencia, por otra parte, ampliamente compartida en nuestra sociedad, acostumbrada a observar la tecnología como una maravillosa caja mágica que le proporciona soluciones a sus problemas. En muchas ocasiones, no se trata más que disfrazar los problemas o trasladarlos a otros lugares donde no los podamos ver, aunque esto último, cada vez resulta más difícil en la medida que nuestro mundo se asemeja más a una nave espacial donde las acciones de unos tienen repercusiones globales que son cada vez más difíciles de ocultar. No obstante, el martilleo de noticias con tecnologías cada vez más asombrosas, que, aparentemente, sólo tienen aspectos positivos, intentan dar una apariencia de normalidad y optimismo que llega a niveles que rozan el ridículo.

Hace hincapié en algo que debería ser considerado como una perogrullada, pero no lo es: la tecnología no es neutral:

Hay que reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de poder.

Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar.”

La neutralidad tecnológica es una pieza esencial para la auto-denominada ciencia económica. El halo de positivismo alejado de cualquier cuestión normativa es mantenido contra viento y marea, de lo contrario, se debería reconocer que existen elecciones normativas y, en consecuencia, no son recetas indiscutibles que deben ser aceptadas como inevitables. Tristemente, acontecimientos recientes como la cesión del primer ministro Tsipras, nos recuerdan la persistencia de la famosa frase de la principal adalid de esa visión del mundo, la fallecida ex-primer ministra británica Margaret Thatcher: “No hay alternativa”. Es la encarnación más palmaria del imperialismo económico que considera a la economía como el todo relevante. El Papa tiene una visión totalmente diferente coincidente con la economía ecológica:

Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados.”


El Papa no comparte la visión de la falta de alternativas y, la minoría se puede sentir un poco más acompañada. La encíclica nos habla de la necesidad de una cultura ecológica en oposición al que denomina paradigma tecnocrático:

La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático.”

No es de extrañar que los más conservadores hayan saltado a la yugular del Papa, porque su propuesta supone un giro copernicano al actual modelo de relación con la naturaleza, lo que es completamente contrario a una economía en perpetuo crecimiento.

El documento, como no podría ser de otro modo critica el control de la natalidad, pero arremete contra el consumismo o el crecimiento de la población exosomática (el capital hecho por el hombre) que constituye la mayor amenaza contra el sistema ecológico. No obstante, y eso es un gran avance, reconoce la presión de la población sobre el sistema ecológico y pone de relieve lo más perentorio con gran crudeza:

En lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario». Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre». De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en la distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a la contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la pérdida de recursos, a la calidad de vida.”

También, es importante la mención a la deuda ecológica que los países desarrollados tienen con el resto y su contraposición con la deuda externa como sistema de control. 
 
La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero
no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso”


Aunque de pasada y sin profundizar en las causas, si que constata algo evidente, la deuda no es la reclamación de unas ciertas cantidades monetarias que crecen exponencialmente de no pagarse el principal por mor del interés compuesto, sino que la deuda ha de ser impagable para mantener a los deudores subyugados a los dictados del acreedor. Es la forma de apropiarse de sus recursos excluyendo a la mayoría de las rentas que producen, rentas no ganadas, que revierten al final en más préstamos para aumentar el control y seguir aumentando la deuda. Es lo que el Papa llama deuda ecológica, pero como carece de mercado se convierte en una reclamación incuantificable y, de la cual el sistema capitalista prescinde, porque sino lo hiciera el sistema sería inviable.

Dicho de otra forma, el sistema funciona generando crecimiento “cuantificable” a corto plazo del que se apropia una minoría, dejando “costes” sin mercado que superan ampliamente los beneficios y que se despliegan a través del tiempo afectando a generaciones futuras. La diferencia, amplia entre esa magnitud contabilizada y, los daños no cuantificados es el crecimiento anti-económico que nos hace más pobres a medida que nuestro registro, el PIB, nos dice que somos más ricos. Podríamos pensar que la deuda que se va apilando de forma imparable ante cualquier intento de crecimiento es el reverso de esos costes no cuantificados, en la medida que no representan reclamaciones de bienes y servicios futuros, porque nuestra capacidad merma en lugar de aumentar, sino son meros mecanismos de control que unos pocos ejercen sobre la inmensa mayoría.

También, me gustaría destacar la apelación a sistemas de topes (caps) infranqueables que desde la economía ecológica denominaríamos macro-asignaciones esencialmente de recursos, que el mercado es completamente incapaz de fijar por sus propios mecanismos para que sean compatibles con la sostenibilidad del sistema ecológico.

Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia.”

Éste, es sin duda un tema polémico, pero si queremos afrontar una situación límite, de control de daños, las macro-asignaciones sonimprescindibles. De lo contrario, nuestro futuro se aboca a la extensión y generalización de las guerras por los recursos.

Esto plantea una cuestión que es nuclear para el actual sistema, la asignación y mantenimiento de los derechos de propiedad, que aunque no son absolutos si tiende y se pretende que sean lo más amplios posibles, lo que choca con el principio de subordinación que propone el documento.

El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»”

Finalmente, para concluir la entrada con un repaso rápido a algunos aspectos de la encíclica, citaré la defensa de la visión holística para afrontar los problemas.

Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”

No puedo estar más de acuerdo con la anterior afirmación que, una vez más, es similar a la visión pre-analítica que Herman Daly nos explica, el mundo que debe ser tratado como un sistema complejo y finito, donde la economía no es más que una parte de un todo mayor a la que está plenamente sometida. Sin tener en cuenta eso, nuestro rumbo de colisión con los límites ecológicos y sociales es una certeza.

Por último, os dejo un enlace al programa de radio de Colectivo Burbuja en que participé junto a Txus Marcano, Carles Sirera y Jesús Nacher donde se debatió sobre la encíclica "Laudato Si".



lunes, 13 de julio de 2015

Pluralidad, confluencia y cambio

Entre los descontentos con la política actual es habitual lamentarse por lo difícil que resulta unirse para desbancar (o al menos condicionar) a los partidos hegemónicos. Con frecuencia surgen diferencias que impiden una acción conjunta, quizá porque a la hora de confluir se sobrevalora la similitud de ideas. Sin embargo tiene toda la lógica que no se dé esta similitud. Precisamente las personas que no tienen como único ideario la maximización de su lucro, las personas con un mínimo de pensamiento propio y de autonomía, siempre llegarán a conclusiones personales sobre lo que conviene a la sociedad. Es normal que haya diferencias y es sospechoso que no las haya. Pero esto no tiene por qué traducirse en un aislamiento en la rivalidad impropio de nuestra condición de seres sociales. La clave para una verdadera individualidad está en la posibilidad de controlar los propios vínculos y sus implicaciones, no en anularlos.

En el pasado la existencia de divisiones económicas muy claras ponía más fácil unirse en torno a los intereses de grandes grupos. Ahora la realidad es más compleja y las necesidades no son sólo económicas o estas son artificiales, (culturalmente decididas). Y siendo así, la reflexión y las valoraciones de cada persona deberían tener más peso en detrimento de una concepción unidimensional del ser humano y de la consiguiente uniformidad en sus aspiraciones. Por ello la iniciativa política de cada persona es, además de un derecho, una necesidad y un valor a cuidar y a promover. No sólo por la reflexión y la valoración que puede aportar cada una; no sólo por la toma de conciencia de los problemas colectivos que implica esa iniciativa, sino también porque la expresión de esa pluralidad es lo que nos hace humanos.

Hannah Arendt lo explica así en La condición humana:
“Tal vez haya verdades más allá del discurso, y tal vez sean de gran importancia para el hombre en singular, es decir, para el hombre en cuanto no sea un ser político, pero los hombres en plural, o sea, los que viven, se mueven y actúan en este mundo, sólo experimentan el significado debido a que se hablan y se sienten unos a otros y a sí mismos.

“...el discurso corresponde al hecho de la distinción y es la realización de la condición humana de la pluralidad, es decir, de vivir como ser distinto y único entre iguales.”

Sin embargo la uniformidad y la obediencia entre quienes aún apoyan el actual estado de cosas otorga ventajas estratégicas al poder establecido. Y la pregunta que surge es cómo actuar de modo conjunto para hacer valer una oposición plural frente a esta uniformidad. La hipótesis que voy a plantear es que la clave no es compartir un ideario idéntico e identitario sino compartir un sistema: un sistema de participación, de confluencia y de consenso a partir de unos principios generales. Se trata de que la alternativa se entienda a sí misma como un espacio político plural que de ese modo pueda proponerse y defenderse como un todo ante el poder hegemónico, aun con sus flujos y cambios internos.

Del 15M al M15

La irrupción del 15M sorprendió a propios y a extraños al poner el acento en la democracia y en los procesos de deliberación y de participación. Quienes llevaban años bregando como alternativa política al bipartidismo sentían que sus planteamientos eran los que debían salir airosos después de la crisis de 2008, pero les costó y aun les cuesta comprender esa reivindicación de no sólo otras políticas sino también de un cauce político nuevo para llevarlas a la práctica. De hecho tanto en el 15M como en los movimientos, las candidaturas y los partidos surgidos desde entonces no sólo han participado jóvenes (como a veces se interpreta) sino también muchos veteranos desencantados con las vías de participación política habituales y “reanimados” ahora por la expectativa de otra forma de hacer política. Quienes quieran encabezar estas energías deberían tener muy en cuenta este historial de hartazgo con la política vertical que traspasa las generaciones, un hartazgo con las rígidas y estériles estructuras burocráticas de todos los partidos precedentes, incluidos los minoritarios, y con los líderes políticos que las promueven. (Sirva como ejemplo reciente de esta tensión la polémica que ha suscitado el método elegido por la cúpula de Podemos para decidir su candidatura a las elecciones generales).

Por otro lado, en mayo de 2015 hemos vivido un vuelco electoral sin precedentes en las principales capitales de España gracias a candidaturas de confluencia. Estas candidaturas superaron el resultado que habrían obtenido si cada partido o corriente hubiera concurrido por separado, tanto en el aprovechamiento del actual sistema electoral como en el número de votos logrados donde esta comparación ha sido factible. Ya no son requisitos prioritarios ni los liderazgos con experiencia, ni las estructuras consolidadas, ni la uniformidad ideológica.

Un sistema complejo pero inclusivo puede superar en apoyo popular a una pretendida perfección en el refinamiento centralizado de unas ideas a las que se presupone consenso a partir de estudios demoscópicos. ¿No es mejor dejar que el consenso emerja en lugar de intentar acertar con él a partir de una media intuida? Quizá aún nos costaría demasiado asumir un modelo que prescinda de los partidos políticos pero parece claro el deseo de una política en la que estos o sus estructuras habituales tengan menos relevancia.

También es interesante constatar que en los nuevos políticos se valora la implicación en diversos colectivos y movimientos sociales en detrimento de la capacidad para una obediencia calculada dentro de la burocracia de los partidos. El tirón electoral que ofrecen estos candidatos frente a otros puede ser tomado como una clara muestra de qué se está pidiendo y qué está en decadencia.

Quizá sirva de ayuda esta explicación que rescato de 2012:
15M, la revolución como una de las bellas artes - (UNED - rtve):
http://www.rtve.es/alacarta/videos/uned/uned-15m-revolucion-como-bellas-artes-17-02-12/1325072/ 

Ya no bastan las coaliciones o las uniones de siglas, como ya las hubo en el pasado. (Y este artículo no pretende ser un apoyo a cualquier tipo de confluencia, cuya virtud dependerá de cómo se haga; también puede hacerse mal). Más que un partido o una suma de ellos necesitamos un nuevo sistema de participación que, de momento, podría funcionar como un espacio de confluencia alternativo antes de poder promoverlo desde las instituciones y para todo el mundo. Un espacio de democracia deliberativa, transparente y abierto a la participación horizontal que se defienda a sí mismo de forma conjunta frente al bipartidismo, frente a la política basada en dogmas camuflados de ciencia económica y frente a la democracia de representantes bien financiados.

Consistiría en apostar por un sistema (de deliberación y de participación) para defenderlo como tal incluyendo sus flujos internos, o si se prefiere, se trata de doblar la participación, defendiendo un conjunto en cuyo seno luego se intenta promover una postura propia más matizada.

Sostener la confluencia

Pero los problemas no acabarían con el logro de una candidatura plural. Es necesario pensar en cómo hacer duradera y mantener viva una unión heterogénea. Y la respuesta más obvia (que no carente de dificultades) parece ofrecer mucha resistencia entre quienes acceden a la gestión de cualquier colectivo. Tanto en estas agrupaciones como en la propia gestión allí donde se logra gobernar se hace necesario mantener el mismo acceso plural a la toma de decisiones que permite la confluencia, especialmente cuando estamos ante decisiones de calado o que suscitan controversia. Ese es precisamente el primer cambio demandado, antes que ninguna medida concreta: hacer que las cúpulas y los gobiernos sean controlables por las bases que los han erigido y por la población en general; hacerlos transparentes y accesibles.

A partir de unos principios comunes y de unos objetivos generales, para que cualquier confluencia perdure ha de prevalecer el medio utilizado para crearla sobre una pretendida pureza ideológica y sobre un supuesto cálculo táctico desvinculado de los objetivos políticos concretos. El medio político, ese medio en el que se expresa la pluralidad, es por sí mismo el primer objetivo, la primera transformación que necesitamos. La virtud en la forma de buscar nuestros fines políticos cuenta tanto como la virtud de esos fines. Los medios delatan el fin. Lo contrario conducirá a la ausencia de la expresión personal que motiva y hace posible esa acción política plural, y minará su futuro.

No es sólo el voto lo importante; necesitamos un cauce para que todo el mundo pueda exteriorizar una voz propia y ponerla en diálogo con las demás. Esta interacción es por sí misma una ganancia política a buscar desde el principio, en las formas. Pero además el resultado de esa deliberación debe tener implicaciones reales, debe pasar a ser decisión para poder sentir que estamos interactuando con la realidad y no sólo reflexionando.

Concretando un poco más, si el control de la orientación conjunta y la posibilidad de revocar cargos permaneciera en las bases resultaría menos difícil para cualquier corriente interna aceptar las derrotas en las decisiones que ahora no podrían verse como faltas de legitimidad o como imposiciones. Y en cualquier caso, el proceso mismo garantizaría que no pudiera darse una desvinculación grave entre la cúpula gestora y el pensamiento mayoritario, fuente del malestar que acaba haciendo de la representación una losa con los pilares en la arena a la espera de una ola fatal.

Así mismo la participación en la votación sobre numerosos asuntos concretos (en lugar de votar sólo a representantes o sólo las decisiones principales) diversifica el resultado de la participación de modo que es menos probable que uno haya salido perdiendo en todas las votaciones. Por último, si se vota a menudo y por tanto la responsabilidad se distribuye en el tiempo, se reduce el riesgo de tropiezos fatales en alguna de las votaciones.

La horizontalidad es vital para sostener la cohesión en la diversidad. Si uno se siente partícipe hay más posibilidades de que quiera permanecer en un colectivo incluso aunque sus propuestas puedan no ser las ganadoras. No es lo mismo saber que no se cuenta con apoyo social suficiente que poder dudar de la legitimidad de quien toma las decisiones. Lo verdaderamente desalentador es sentir que la opinión de uno no cuenta ni siquiera con la parte alícuota de poder que supone el voto propio porque este no existe o es un mero camelo para perder el tiempo, (como en esos procesos consultivos que abren algunos ayuntamientos para algunos temas municipales pero sin que el resultado sea vinculante).

Quizá para todo ello sea necesario desarrollar una mayor tolerancia a la conflictividad intelectual, saber abordarla sin necesidad de romper el molde, tanto en el seno de los grupos como en los  parlamentos. El afán de pureza ideológica y de no verse contaminado por lo que no coincida plenamente con los planteamientos propios impediría cualquier acción no individual. Y del otro lado, el mal llamado voto útil debido a un injustificado temor a la fragmentación en los parlamentos sólo conduce a que los representantes no deban responder de sus decisiones, y a que sean más fácilmente manipulados por poderes económicos. No deberíamos ahorrarles el trabajo de tener que acordar lo que haga falta como ocurre en tantos y tantos parlamentos plurales.

La alternativa es que un espacio diverso, fluido y horizontal alcance suficiente peso como para ser cuando menos una minoría significativa. Las leyes electorales actuales, que favorecen extraordinariamente a quienes han ganado, hacen necesario que la diversidad de las alternativas compatibles se defienda conjuntamente frente los poderes establecidos para tener alguna opción de superar esta barrera del sistema electoral (antes de transformarlo). Paradójicamente, la única forma de que las instituciones nos permitan una vida más autónoma pasa por dar a estas la importancia que tienen en la práctica y asumir un control verdaderamente democrático de las mismas.

El valor de las minorías

Otra de las claves que suelen inhibir la participación política es la idea de que, siendo difícil que las alternativas lleguen a ser mayoritarias, no sirve de nada ni siquiera votar para estar en la oposición. Quizá es necesario enfatizar las virtudes de llevar tus ideas a una oposición visible. La participación y la presencia en las instituciones supone una oportunidad para proponer y para explicar las ideas nuevas, y necesitamos valorar más esta función en lugar de esperar el momento en que estas ideas tengan opciones de ganar, como si ese momento pudiera llegar sin un trabajo colectivo previo.

Las posiciones minoritarias sólo pueden salir de esa condición a partir de una exposición de las mismas al criterio público. De igual modo, el motivo para participar en un colectivo plural no hay que buscarlo en una coincidencia total previa sino en la posibilidad de exponer los planeamientos propios (o de aprender de su debate) aunque sean minoritarios. La expresión política propia sólo puede realizarse si no partimos de la necesidad de coincidencia. Y el reto del político no debería ser una toma del poder maquiavélica, relegando la convicción, sino conseguir el apoyo necesario para las propuestas en las que cree. Lo que cuenta es qué opina la población que ha de votar, y la ausencia de esa convicción entre las bases acaba minando la legitimidad y las posibilidades de continuidad de cualquier proyecto impuesto después de acceder al poder.

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Madrid_October15.jpg

En ocasiones los apoyos, acuerdos o coaliciones post-electorales de los grupos minoritarios son vistos como una traición por sus bases, pero si se fraguan en torno a propuestas concretas, el proceso es transparente y cuenta con la participación de las bases en su aceptación, el acuerdo será legítimo y esto aportará estabilidad tanto a la negociación como a la candidatura que pacta, sin necesidad de renunciar a las mayores aspiraciones en un futuro más propicio.

En general, puede cobrar más importancia la defensa de propuestas concretas que la unión en torno a una ideario genérico. Esto permite consensuar medidas con un apoyo fundado en distintos planteamientos ideológicos, o incluso que salgan adelante iniciativas que cuentan con un apoyo transversal. (Por ejemplo, muchos conservadores pueden estar en contra de la técnica del fracking a pesar del apoyo del gobierno central. ¿Qué ocurriría si se preguntara a la población directamente sobre este asunto?).  

Por último también cabe la posibilidad de que acuerdos mayoritarios de la oposición en torno a temas concretos puedan imponer leyes al gobierno de turno, (caso de la reciente ley de vivienda vasca), o al menos matizarlas con cambios necesarios para lograr el apoyo de la minoría. Los ejemplos son multitud.

Para que propuestas alternativas (como la Renta Básica, el Dinero Soberano, el reparto del trabajo, la Economía del Bien Común, establecer una escala óptima para la economía y límites ecológicos a la producción efectivos, entre otras), puedan lograr eco social como paso previo a su adopción por parte de los gobiernos, será necesario que grupos políticos minoritarios crean en ellas y quieran defenderlas por encima de conveniencias electorales (desde la oposición parlamentaria ). Y será necesario que previamente muchas personas quieran proponerlas y argumentarlas dentro de candidaturas alternativas. O en su defecto, sean revisadas o sustituidas por otras mejores como resultado del debate público abierto.

En realidad lo que hoy día está en minoría es la propia política, el poder político ciudadano, ahora delegado en instituciones económicas internacionales incontrolables o en manos de mercados globales, en connivencia con las élites representativas de casi todos los pueblos. Parece de sentido común comprender la necesidad de recuperar la soberanía política ciudadana priorizando este aspecto cualitativo sobre el ámbito territorial de decisión, que en cualquier dimensión puede ser más liberal (o despótico) o bien más democrático. Pero también merece la pena reflexionar sobre las rigideces innecesarias que se crean al establecer parámetros de funcionamiento supranacionales difícilmente controlables desde la política, como las instituciones mencionadas, la moneda única europea, el oscuro TTIP en ciernes, o el propio mercado global sin una autoridad política de ámbito equivalente que pueda compensar los desequilibrios que le son propios, (mediante la fiscalidad o los controles ecológicos por ejemplo).

Son muchos los que se oponen a que caminemos hacia una democracia más directa y plural que quitara protagonismo a esa especie de administradores de fincas que son los actuales profesionales que comercian con la política. Pero en realidad tendríamos que intentar ir un poco más lejos y ensayar formas de democracia más inclusivas, formas de evitar la anulación de las minorías, al menos cuando sus propuestas no sean incompatibles con las de la mayoría; o formas de intentar superar incluso los problemas de protagonismo individual y manipulación en las asambleas.

“...las urnas son peligrosas”

A quienes están acostumbrados a administrar la ideología dominante a veces se les olvida disimular y admiten que lo suyo no es la democracia. Sin ir muy lejos, la ministra española de agricultura dijo en referencia al referéndum convocado por el gobierno griego que “las urnas son peligrosas”. El mero hecho de consultar siquiera las decisiones importantes es visto como un desafuero. Aunque normalmente prefieran no ser tan sinceros y vistan su pensamiento con términos que puedan publicitarlo mejor.

Así por ejemplo, cuando oímos hablar de liberalismo o de libertad económica parece que nos estuvieran abriendo un horizonte de posibilidades a todos los ciudadanos. Pero en realidad la libertad de la que hablan los liberales es la de poder utilizar libremente el poder que otorga el dinero, con independencia de los efectos sociales o ambientales de ese uso. Para ello, entre otras cosas, apoyan, financian, exigen políticas que revaloricen ese poder sobre el “vulgo”, políticas que nos empobrezcan y nos endeuden, convirtiéndonos por necesidad o por miedo en súbditos dóciles de quien tiene dinero en la medida en que lo tenga. Algo muy alejado de la idea de libertad como derecho a disposición de todos. ¿Qué libertad tiene un desposeído en un mundo así?

Más bien debemos llamar a las cosas por su nombre y en lugar de (neo)liberalismo hablar de “represión económica” al servicio de élites o al servicio de una idea de progreso falaz, fanática, insostenible y esclavizante. Cuando se escucha a uno de estos represores, se puede percibir que en todo momento subyace la preocupación por ese refuerzo negativo, por ese "estímulo" o "incentivo". Son multitud los partidarios de ese castigo político, pero si al menos lo llamáramos por su nombre, represión económica, (penuria impuesta políticamente en un mundo aún opulento), quizá engañaran menos. Lo que se nos vende como leyes económicas equivalentes a las inevitables leyes de la física, sólo son inevitables dentro de un marco político pre-establecido: son leyes políticas. Por ello no se evitará la dependencia del crecimiento ni la necesidad de un endeudamiento creciente, no se evitará la penuria y la exclusión social, no se redistribuirá la riqueza de una forma más justa si antes no se redistribuye el poder.

Entre tanto la desigualdad no para de crecer de un modo alarmante (según la propia OCDE), y seguimos dando pasos hacia un más que probable caos climático, (cosa que reconoce hasta el Papa). Y es que, como decía Murray Bookchin resumiendo lo que ya mostrara Polanyi: "Los desequilibrios que el hombre ha producido en el mundo natural son causados por los desequilibrios que ha producido en el mundo social."

En lugar de asociar la libertad a esta visión economicista de la vida, que sólo beneficia a quien más tiene a costa de una creciente pérdida de bienes comunes, necesitamos fundarla en una democracia real y en una verdadera autonomía instituida entre todos y para todos.

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Otros artículos sobre democracia en este blog (por orden cronológico):



jueves, 9 de julio de 2015

Laudato Sí: La encíclica papal por el bienvivir.



Tras publicar su carta encíclica Laudatio Sí (Alabado seas), sobre el cuidado de la casa común, el papa Francisco, líder espiritual de los católicos, ha sido calificado por algunos de “peligroso” o “comunista”. El peligro es relativo, uno puede ser peligroso para unos, pero no para otros, en este sentido el papa Francisco puede ser peligroso. Por el contrario, tras leer la encíclica, puedo dar fe de que no es comunista, por el contrario, comparte varios de los puntos de vista que hemos expresado en esta asociación. Veamos algunos.

La destrucción ecológica es un motor importante, quizás el mayor, de la desigualdad. Es una idea que recorre transversalmente toda la encíclica, pero destacaría los siguientes párrafos.

La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro.

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La pérdida de selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental.

Como hemos dicho en otros artículos, no todos hemos emitido al aire la misma cantidad de CO2, y por lo tanto no nos hemos beneficiado de ello en el mismo grado. De la catástrofe climática no tiene la misma responsabilidad un magnate de la industria del petróleo, que un ciudadano occidental, y un ciudadano occidental no tiene la misma que un ciudadano pakistaní. Sin embargo, como si Dios hubiese escuchado a Francisco, una semana después de la publicación de su encíclica, una ola de calor, cuya frecuencia e intensidad aumentan con el cambio climático, acababa con la vida de 1.170 pakistaníes pobres.

Francisco también denuncia la imposibilidad de resolver estos problemas confiando sólo en la mano invisible del mercado.


En este contexto, siempre hay que recordar que « la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente ». Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos.

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Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.

Una vez más, el papa ha sido profético, y en España la ola de calor disparaba la venta de aparatos de aire acondicionado. Personalmente yo ya se señalé en una ocasión que es ingenuo pensar que el aumento de los beneficios a corto plazo conduce de forma inexorable hacia un mayor bienestar social.

Tampoco le tiembla la mano a Francisco a la hora de describir las causas de la destrucción ecológica, que achaca a lo que denomina paradigma tecnocrático, una concepción estrecha y reduccionista de todo lo humano que considera la técnica, y por lo tanto el incremento del dominio sobre la naturaleza y el propio ser humano, el principio y el fin de la vida, un medio que se convierte en un fin en sí mismo. Hay que señalar, como ya lo hice en un artículo anterior, que este ideal es ampliamente compartido por personas de distinto espectro ideológico, en teoría enfrentados, al igual que católicos y protestantes se enfrentaron con saña durante el renacimiento. En palabras de Francisco:

Se tiende a creer « que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores »,83 como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que « el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto »,84 porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia.

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Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero.

también

Se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador. De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y « el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra ».87 Por eso « intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana ».88 La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad alternativa de los individuos se ven reducidos.

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La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial.

En definitiva, es fútil pensar que propuestas como las de Robert Pollin a Podemos, a pesar de su innegable valor, puedan resolver el problema por si solas. No digo que no sean útiles, al contrario, estoy convencido de que sí lo son, pero como diría Henry David Thoreau, quizás sea más efectiva una persona golpeando la raíz del mal que mil podando las ramas. Y atacar la raíz implica preguntarse por los fines de la vida humana, y no por los medios. Si pensamos que tal y como nos contó Teresa Belton, la felicidad está en crear y no en consumir, habría que pensar en que el objetivo de una sociedad buena tendría que ser dar a sus miembros la autonomía para que hagan de su vida una obra de arte. Para ello la sociedad industrial debe reorganizarse, con medidas como el cambio de sistema monetario, y de forma más general, el conjunto de medidas que proponemos en nuestra página web o en nuestro Programa para una Gran Transformación.