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lunes, 29 de septiembre de 2014

Política y autonomía

La psique no es socializable sin resto.
Cornelius Castoriadis

Cada vez más personas se van desengañando de la posibilidad de que las élites políticas y económicas puedan dar respuesta a nuestros principales problemas o siquiera gestionar neutralmente las bases de la organización social. Y es que en realidad eso no sería ninguna utopía: nunca podremos alcanzar una plena madurez en un mundo feliz en el que no se desarrolle nuestra autonomía decidiendo sobre todo ello. Por otro lado, el deseo de no depender de poderes privados ni estatales motiva en ocasiones la apuesta por iniciativas de autogestión. Pero esto no supone desconectarse del resto de la sociedad. Cualquier iniciativa en este sentido se verá condicionada por el entorno social en el que tenga lugar, y puede verse favorecida o fácilmente anulada por la aprobación de un simple decreto. 

Pongamos ejemplos.

-  El sistema de patentes y copyright actual, que en sus orígenes surgió como un estímulo a la creación y a la innovación, ha crecido hasta el punto de constituir una forma de cercamiento del saber que acaba por frenar la innovación en favor de unos beneficios minoritarios y elitistas. No es algo que afecte sólo al mundo de la cultura; la innovación tecnológica, las medicinas o los alimentos se ven condicionados y restringidos por estas patentes dificultando un futuro alimentario lleno de incerticumbres y manipulaciones.
- Aguas privatizadas, acaparamiento de tierras, comunicaciones mediatizadas por una red no neutral, tratados de libre comercio que protejan los beneficios de las corporaciones por encima de las legislaciones,... Hay en curso muchos intentos de ampliar los cercamientos  de bienes comunes para alimentar con su necesidad a un mercado siempre insuficiente para llegar a todos y necesitado de una ambición material sin límites.
- En algunos lugares surgen comunidades que pretenden paliar problemas sociales por iniciativa propia, como en el centro social Rey Heredia de Córdoba. Un edificio en desuso puede dar soporte colectivo a iniciativas solidarias. Pero el empeño administrativo por cercar ese edificio, amenaza con impedir esta loable posibilidad.
- Tasas y sanciones para limitar en Internet la inteligencia colectiva que no reporte lucro. Nos prefieren desconectados.
- El crowdfunding ha empezado a ser regulado y limitado, en principio con un buen propósito, pero dejando claro lo fácil que resultaría torpedear muchas iniciativas alternativas desde la legislación.
- Años atrás el abaratamiento de los paneles solares facilitó que muchas personas quisieran dotarse de cierta independencia energética. Pero desde hace poco más de un año, si uno decide aprovechar la energía solar por su cuenta en España, una aberrante tasa hace que esto no resulte interesante.

En general se trata de la continuación de un largo proceso de cercamiento de bienes comunes en un intento desesperado de asegurar la rentabilidad para el mercado y el crecimiento en el capitalismo. Un ejemplo más, ahora el el gobierno pretende que los parques nacionales sean marcas comerciales.


La desobediencia puede ser útil pero necesitamos algo mejor: poder buscar siempre algo mejor.


Del desarraigo a la autonomía 

Los ejemplos anteriores muestran cómo la autogestión siempre dependerá del apoyo, o al menos la tolerancia, de la población entre la que se da. La autonomía, en general, siempre estará condicionada por la sociedad de la que formamos parte. Lejos de haber una contradicción entre autonomía y política más bien hay una estrecha interrelación entre estos dos ámbitos. Para que la autonomía llegue a ser un valor central y una posibilidad compartida por todos, ha de ser instituida por la colectividad.

De hecho, en la actualidad una desvinculción individualista y competitiva, confundida con la idea de libertad, se ha vuelto un mandato contrario a nuestra naturaleza y tan disciplinario como los dogmas del fanatismo o de las dictaduras. En realidad la noción de libertad tiene su origen en la posibilidad de que el esclavo pudiera recuperar la integración social en lugar de permanecer desarraigado y, como consecuencia de ello, vulnerable, esclavizable. Como enseña David Graeber, con el tiempo los juristas romanos van identificando la libertad con el poder del amo, y posteriormente los liberales la asimilan al concepto de propiedad, pasando además a tratar “a los propios derechos como un tipo de propiedad”. (...) La libertad se podía vender.” Hoy en día, la pretensión de tener un dominio absoluto sobre uno mismo y sus circunstancias, como sobre una propiedad privada, pone las bases para que cualquiera pueda concebirse como un objeto intercambiable (o alquilable en forma de trabajo).

No es lo mismo tener autonomía para que cada cual establezca sus vínculos a su manera que elegir el aislamiento en la rivalidad. Vivimos como hilos colgando sin conexión entre ellos, pendiendo frágilmente de una maraña oligárquica, y necesitamos tejer una red en la base que nos permita soltarnos y prosperar juntos. Somos seres sociales que además comparten un mismo entorno natural finito: concebir nuestra relación con ese entorno (el trabajo con él y el conocimiento del mismo) sin la mediación social sería falsear la realidad en la que se ha constituido nuestra biología y nuestra mente y condenarnos a una frustración de partida.

Recurso humano (Wikimedia commons)
Por tanto, la autonomía no ha de identificarse con la desvinculación respecto al medio social en el que vivimos. Más bien es la sociedad la que define y da contenido a la posibilidad (y a veces al mandato) de actuar con cierto grado de independencia. Y esto lo hace a través de la política. La clave de la autonomía no reside en prescindir de las instituciones políticas sino en determinar cómo se lleva a cabo esta política, si la hace un estado controlado por poderes económicos privados o si es realmente deliberativa y democrática, hecha por y para las personas.

Hacer política desde abajo no es hacer política sólo abajo o al margen de cualquier institución social sino construir juntos el foco legal cuya luz condicionará nuestras posibilidades desde arriba. ¿Qué clase de autonomía queremos concedernos entre todos? Esa sería la pregunta pertinente. La emancipación respecto a poderes públicos y privados dependerá de que logremos el consenso político necesario para que esta posibilidad sea valorada o al menos tolerada. Y esto nos lleva a la necesidad de definir una política para la autonomía. ¿Por donde empezamos? 


Economía para la convivencia 

Sin incurrir en la simplicidad de creer que la economía determina todo en nuestra vida, (como si no hubiera suicidas por motivos ajenos a los problemas económicos o como si el voluntariado fuera una enfermedad), es evidente que no es posible una autonomía personal sin la garantía de una base económica suficiente para darnos cierta independencia de los poderes económicos, de los grandes y de los domésticos.

La economía, además, determina necesariamente gran parte de nuestras relaciones cotidianas, hoy en día dominadas por la competitividad, la desconfianza o al menos la frialdad. Pero ¿es esto algo inevitable?

En base a estos dos puntos, salta a la vista la necesidad y la oportunidad de que otro tipo de relaciones económicas distintas a las actuales puedan restablecer un verdadero vínculo cercano, uno satisfactorio en lugar de uno forzoso o espurio.

Volviendo al inicio, el ideal o el referente viene a ser la autogestión colectiva, una forma de economía que aúne la independencia de los poderes con una convivencia sana; o dicho de otro modo, una forma de entender nuestra actividad económica que se integre en algo más abarcador en lugar de supeditar a ella todas las demás necesidades y potencialidades humanas; que por ejemplo no haga de los logros propios un motivo de agravio para los demás sino una mejoría para todos, o que otorgue reconocimiento a los más generosos y no a los más egoístas, o que permita elegir la forma de trabajar, o que haga posible decidir el objetivo de producción una vez superado lo imprescindible, sin imponer un crecimiento o una maximización de lo posible en ese ámbito, (de modo que todo el mundo pueda liberar tiempo para otras formas de desarrollo personal, social o cultural).

Pero este modelo presenta sus limitaciones internas y externas. Las limitaciones externas vienen dadas por las leyes que encauzan todas las posibilidades económicas en la sociedad, como hemos visto al principio. Y por limitaciones internas entiendo la necesidad de que las personas tengan autonomía individual para controlar sus vínculos, (establecer, orientar o deshacer los mismos), de modo que no deban volverse dependientes de una comunidad sólo por temor al desamparo que encontrarían fuera. De lo contrario no nos habríamos deshecho del miedo a la exclusión social condicionando las relaciones. Así como no hay realización personal sin alguna forma de integración social, tampoco hay satisfacción social si no es elegida desde la autonomía. ¿Cómo podríamos superar estas limitaciones? La garantía de no exclusión debe ser una condición previa de todo modelo que se precie, no el resultado esperable del mismo. Y hay que afirmarlo alto y claro: la inclusión no es una quimera sino una opción política.


Política para la autonomía 

Necesitamos recuperar la política para privilegiar otra forma de gestión económica que no tenga fines propios (o que no sea un instrumento para la servidumbre). En lugar de ello la economía debe volver a su condición de mera herramienta al servicio de una verdadera autonomía personal, la que nos permite restaurar la convivencia y respetar nuestras bases naturales. Necesitamos leyes que instituyan y protejan la autonomía.

Podemos distinguir dos tipos de medidas. En primer lugar serían necesarias fórmulas sociales como la Renta Básica de Ciudadanía (incondicional) y una Garantía Pública de Empleo gestionada democráticamente (como forma de encauzar una aspiración algo mayor). Estás medidas garantizarían la inclusión individual y, algo muy importante, la posibilidad de rebelarse ante las diversas formas de sumisión privada (doméstica, laboral, sectaria, etc.). Así como el vínculo social es una necesidad, la autonomía para controlarlo debe ser un derecho. Ambas medidas parten de la concepción de la sociedad como una cooperativa de la que todos formamos parte, llevando el sentido de pertenencia más allá de las comunidades locales, (idealmente a toda la humanidad), al menos en un nivel básico para la vida. 

Por otro lado, de forma complementaria, podemos favorecer la autogestión mediante un clima jurídico que permita y nutra su florecimiento en la medida en que los ciudadanos apostemos por ella. Evitando incurrir en un planteamiento dirigista (que anularía tanto la autonomía como la responsabilidad), la legislación puede hacer mucho por facilitar estos modelos, o al menos por no obstaculizarlos. Lo que sigue no es más que una diletante invitación a diseñar con mayor profundidad esta política para la autonomía. (El recuadro de comentarios es el punto de encuentro para añadir ideas):

- Cesión de fincas o alquileres baratos en tierras cultivables así como concesión de edificios y maquinaria para la organización colectiva en la medida en que surjan proyectos (a los que se podría pedir unos requisitos de acceso a consensuar).
- Liberación de patentes (o reducción drástica de su protección). Además de ser crucial para algo tan básico como la alimentación, también cabe mencionar la oportunidad de favorecer la autogestión mediante la producción distribuida gracias a nuevas tecnologías (como la impresión 3D). La tecnología, al igual que hacemos con los ordenadores, en la medida en que se utilice de un modo sostenible, no dentro de un modelo que prime la maximización de la producción, es una baza que no tenemos por qué dejar en exclusiva al capitalismo de estado. Salta a la vista que la innovación pública podría ser una aliada en el proceso de poner conocimiento en común.
- Vinculado con lo anterior, se debería garantizar el acceso a las redes de comunicaciones en condiciones de neutralidad.
- Una ley de balance neto para los prosumidores de energía.
- Desarrollo de entornos comunales que puedan ser utilizados colectivamente bajo determinadas normas de uso y gestión.
- Apoyo en forma de asesoramiento y soporte material para las cooperativas de consumo agroecológico, algo que restaría fragilidad a las ciudades mejorando su futuro alimentario. Estas implican la autogestión de la distribución, suprimiendo la excesiva distorsión que puede suponer el oligopolio de las grandes superficies en esta materia, lo que a su vez permite no depender del oligopolio de la agroindustria multinacional. Asociado a esto está el problema de los transgénicos, (sin cuya paralización el consumo ecológico lo tendrá muy difícil en el futuro), o la especulación con el territorio, asuntos que dependen de la regulación.
- Libertad para los intercambios y para la economía colaborativa.
- Concesión de Instalaciones para proyectos culturales o solidarios autogestionados. Se puede acordar una finalidad para locales públicos sin necesidad de dirigir las actividades (como estamos acostumbrados en los diferentes centros culturales que ofrecen los ayuntamientos). Cuando hay voluntad y proyectos ciudadanos, debería celebrarse esa iniciativa que no requerirá una gran inversión sino que, al contrario, a menudo sirve para mantener vivos (o rehabilitados) edificios fantasma de las ciudades. El problema no es tanto la propiedad, como se ha querido hacer ver, como la voluntad de aceptar esos proyectos o la simple tolerancia hacia los mismos, (pues las administraciones podrían prever esa necesidad como tantas otras -no es necesario citar los aeropuertos para palomas, las autopistas duplicadas o los museos continentales, sin contenido).
- Facilitar la recuperación de fábricas para la autogestión cooperativa,
- También existen diversas maneras de hacer y de regular el crowdfunding que pueden favorecer unos u otros modelos económicos en función de las dos variables en juego: cuáles escojamos nosotros y cuáles favorezca la legislación (o incluso promueva la administración, como en el caso de Microgenius en Gran Bretaña).

Existen numerosos precedentes que han tratado de llevar a la práctica diversas formas de autogestión colectiva para la convivencia en comunidad, pero quizá no sean sino modelos embrionarios que no pueden reflejar lo que podría dar de sí este planteamiento con otros condicionantes: Cooperativas integrales (catalana, valenciana, Oeste-Norte, ...) ecoaldeas, comunidades urbanas, (pongamos el ejemplo de la cooperación autogestionaria en la colapsada Detroit), todas las comunas habidas y por haber, recuparando pueblos abandonados y repoblando el campo, movimientos de transición (1) (2) (3), permacultura en comunidad, el cooperativismo municipal de Marinaleda, (garantizando empleo y a una suficiencia inclusiva sobre la maximización de la producción), centros sociales autogestionados, etc.

Por supuesto, estas iniciativas no siempre han tenido éxito, pero por alguna razón sus fracasos son juzgados con un criterio mucho más duro que los descalabros empresariales, que no cuestionan la institución del mercado. Los fallos y las reinvenciones de las innovaciones sociales deberían asumirse con la misma naturalidad con la que se asume la destrucción creativa de empresas, y encontrar una cobertura política del mismo calado.

En ocasiones estos proyectos se plantean la autosuficiencia de un modo casi autárquico. Pero con un enfoque relacional y asociativo podrían ir tejiendo un ecosistema de comunidades con información y diseños compartidos, libres intercambios, convenios colaborativos, mutualizaciones e incluso cierta especialización. De ese modo podrían defenderse a sí mismas como modelo y no sólo desde cada proyecto, y defenderse en la política, no sólo en la supervivencia. Con ello aumentarían mucho sus posibilidades. Seguir explicando las virtudes de la autogestión, definir sus necesidades políticas y optar por ganar influencia democrática en las instituciones podría llevar a que estas dejaran de ser un obstáculo para este modelo y pasaran a ser aliadas, como ahora lo son para las empresas.

Tan necesario es intentar liberarse de los poderes económicos que nos atenazan individualmente como cooperar cultural y políticamente en el establecimiento de unas nuevas reglas del juego; unas reglas que para empezar no nos obliguen a depender de un crecimiento económico forzoso; unas reglas que nos permitan producir de otra manera, con otras prioridades, o que nos permitan conformarnos en favor de aspiraciones no materiales, algo que nunca debería haber dejado de considerarse una virtud.

La siguiente pregunta que cabe hacerse es hasta donde podríamos llevar esta liberación socialmente instituida. Aunque pueda parecer una especulación fantasiosa, puede ser útil proyectar las políticas al futuro para saber qué estamos promoviendo.

Si una política favorable acompañase a la cooperación entre las diversas iniciativas, con el tiempo las comunidades autosuficientes o en alguna medida autogestionadas podrían llegar a constituir la unidad central de la sociedad, en sustitución de la actual empresa privada (que ahora tendría un papel secundario). No sólo hay motivos para revalorizar estos ensayos, también tenemos motivos para desplazar en alguna medida el poder de la empresa privada o su centralidad.
STOP TTIP by worker - Stop TTIP!Como toda organización finalista, con objetivos propios, la empresa es ajena a la vida de quienes trabajan en ella. El trabajo en la empresa tiene lugar desvinculado de los demás ámbitos de la vida y entra en conflicto con ellos, (salvo en la medida en que las leyes pongan márgenes, por ejemplo, con las políticas de conciliación, predistribución y redistribución). Ni los cuidados, ni el medio ambiente ni el medio social cuentan para la empresa. Se trata de una burocracia privada indiferente a la expulsión de sus integrantes y a la ampliación del círculo de los excluidos, además de necesitar crecer y que el consumo crezca para sobrevivir a la competencia y a los intereses de los prestamos.

A pesar de esto la empresa privada se ha erigido en la institución central de nuestra sociedad, hasta el punto de creerse que es ella la que nutre todo lo demás, incluyendo al estado y con él, a la política misma, en lugar de entenderse que es el estado y la legislación aprobada en él la que hace posible la empresa y sus beneficios, con la mediación legalmente organizada de nuestro trabajo y de nuestro consumo. De hecho el estado-nación surgió en estrecha connivencia con los intereses de una burguesía que necesitaba algo así para controlar a su favor la política, (frente al antiguo régimen, primero, y frente a las aspiraciones de la ciudadanía después). De modo que, en realidad, la libertad de empresa también se instituye políticamente. Incluso podemos decir que, al igual que ocurre con el desarraigo individualista, en cierta medida no es una libertad sino un mandato: la imposición de un abandono a nuestra suerte que permita traficar con nuestras bases naturales. Individuos y biosfera, desgajados de su interrelación social y ecológica, pueden ser objeto de intercambio; pueden ser empleados para lo que las élites deseen, aunque ese empleo a veces se llame emprendimiento. En esa condición desarraigada los seres humanos desatienden lo que constituye su ventaja natural en la evolución, lo que constituye su fortaleza natural: la capacidad de cooperar para superar las dificultades de la existencia.

¿Es esto siempre así en el sector privado o cabe otra forma de hacer las cosas? El incipiente mercado social muestra que las empresas pueden funcionar desde su origen y sus estatutos con otros principios si los clientes o usuarios lo hacemos posible (1) (2) (3). La Economía del Bien Común podría ser el engarce institucional de este proceso según el cual se anteponen criterios éticos elegidos democráticamente al frío criterio de la rentabilidad. Un ejemplo es el apoyo mutuo que se prestan las cooperativas de consumo energético (sin ánimo de lucro) al compartir información y asesoramiento. La asociación entre el cooperativismo y la noción de procomún tiene implicaciones más allá de la información pudiendo llevarnos hacia un procomún material. Michel Bauwens lo define así (en el artículo de Guerrilla Translation! enlazado):

“La idea es tener un procomún inmaterial de código y conocimiento, pero el “trabajo material”, es decir, la labor de trabajar para clientes y ganarte la vida, la haces a través de cooperativas. El resultado sería una especie de “cooperativismo abierto”. Se trataría de la combinación, convergencia y síntesis de la producción entre iguales y la producción cooperativista.“

Dimytri Kleiner va un poco más lejos y lo concibe como... 

"...una red de productores independientes compartiendo un procomún colectivo de bienes productivos."

Diagrama tomado de este artículo de Michel Bauwens en RADI.MS
Hacia una sociedad del procomun: el plan de transición para el Ecuador 

Siguiendo nuestra propuesta, incluiríamos a las comunidades (con la economía autogestionada como una parte de su convivencia) en el círculo sociedad civil, y a las personas (pudiendo guiar autónomamente su interacción y sus intercambios) entre todos los espacios. 


Política desde la autonomía 

La revalorización de la política no puede entenderse ya como la confianza en que las élites representativas resuelvan por nosotros todos los problemas, decidan lo que nos conviene y nos den lo que no pueden aportarnos: autonomía.

Desde el punto de vista de la autogestión, el ideal democrático viene a identificarse con el concejo abierto o las asambleas de proximidad. Podemos ilustrarlo con el ejemplo de Oaxaca y su sistema asambleario, que no necesita de los partidos (aunque no prescinde totalmente de la representatividad) o incluso estos aparecen como una amenaza.

Cuando hablamos de participación política tendemos a identificarla inmediatamente con la frustrante representación ejercida por los partidos. Y por frustrante no entiendo el hecho de que no gane la opción que uno ha apoyado sino la sensación de traición en el ejercicio de esa representación. Dejando a un lado los casos evidentes, (la pura traición o el hecho de que dependan de quienes les financian), en realidad es inevitable que, como agregadores de la opinión de muchas personas, los partidos no puedan ser más que un vago eco de lo que uno opina en el que es imposible saber hasta qué punto los distintos criterios han sido injustamente marginados o no. La única forma de que esto no ocurra es que se nos pregunte por cuestiones concretas, una democracia más directa. Esta implica algunas limitaciones, como la falta de conocimiento para todo, la falta de tiempo o la desidia, pero a menudo se exageran estas limitaciones y se subestiman sus virtudes, habiendo motivos para situarnos más cerca de la misma. Voy a apoyar esta opinión a partir de dos claves:

1- Hay que distinguir entre conocimiento y sentido de la responsabilidad. A menudo el gran problema, sobre todo en economía, es que los expertos son profesionales. Dependen de un pagador. Eso limita enormemente su responsabilidad y con ella su sentido de la responsabilidad. O mejor dicho, los poderes seleccionan a los expertos afines, (pues para todo conocimiento los hay de muchas escuelas), imponiendo así un criterio y unos intereses minoritarios. La solución más apropiada es la ponderación del voto con el criterio de todos los afectados. El sentido de la responsabilidad no va educado con el conocimiento técnico ni, por supuesto, es ajeno a los menos formados. Una cosa es conocer las posibilidades técnicas y sus implicaciones, y otra muy distinta elegir entre lo posible. Cada persona es la que mejor conoce sus necesidades y lo que desea para el futuro colectivo; mejor que aquel que imagine estas necesidades por muchas teorías que haya estudiado. Y si no fuera así ¿por qué consideramos que sí somos aptos para jugarnos todo a una única elección trascendental como es la de elegir representante para todo? Los que disponen de recursos suficientes para intentar la manipulación política lo tienen mucho más fácil con estos caudillos para todo, peleles para ellos con demasiada frecuencia.

2- Hay un estrecho vínculo entre responsabilidad y toma de conciencia. Sentir la responsabilidad sobre una decisión, sentir que el voto de uno pesará en la balanza, favorece que uno se cuestione la decisión y se informe. Y viceversa, sin una participación real en las decisiones que lleve a hacerse las preguntas necesarias, es difícil comprender la responsabilidad política individual y sentirse motivado por ella. Es la responsabilidad la que lleva al conocimiento. En general, y en contra de lo que muchos creen, la madurez no puede esperarse antes de otorgar autonomía sino que precisamente se forja en esta.

Por tanto, que las decisiones concretas fueran ponderadas por un mayor número de personas añadiría sentido de la responsabilidad tanto en la gestión como en la participación.

La formación de la autonomía requiere más democracia, y a su vez la verdadera democracia requiere más autonomía. La única solución razonable es impulsar ambas a la vez, siquiera gradualmente. No tenemos por qué quedarnos con los extremos. Podemos intentar evolucionar desde las instituciones actuales. El presupuesto participativo de Portoalegre, los sondeos deliberativos en varios países como en el caso de Irlanda, y referéndums vinculantes planteados por una población crítica como en Suiza, parecen un buen punto de partida sobre el que ir ensayando esa nueva democracia.

En este sentido, el sociólogo Manuel Castells ha enfatizado la oportunidad que suponen los nuevos modos de informarse, de comunicarse y de participar en la toma de decisiones mediante las nuevas tecnologías. Como herramientas relacionales proporcionan autonomía comunicativa y pueden servir para llevar cierta deliberación allá donde las limitaciones de distancia y horarios la hacen imposible. Así mismo facilitan la participación en el voto, o incluso permiten mantener el control sobre la delegación del mismo -democracia líquida- de modo que cada cual pueda decidir en qué casos, hasta qué punto y cómo delegar su voto. Con este método la representatividad se vuelve dúctil, distribuida y controlable a la vez que el voto directo siempre es una opción. Podría ser una buena forma de superar la desconexión con el poder político mientras transitamos hacia sociedades más liberadas para todo ello.

El empuje de nuevas formaciones más abiertas a la participación parece una oportunidad para avanzar en este proceso. Esperemos que, en caso de lograr el poder, lleven estas fórmulas de mayor deliberación y participación fuera del ámbito de los partidos, al propio sistema democrático.


Cultura y autonomía 

Para terminar dejo una importante reflexión del antropólogo Claude Lévi-Strauss y el enlace a otra lectura muy recomendable. Ambas pueden iluminar en alguna medida las condiciones del cambio cultural que necesitamos:

Lévi-Strauss plantea el siguiente problema (en  Antropología estructural dos. 1973): 

“Todo progreso cultural está en función de una coalición entre culturas. Esta coalición consiste en hacer comunes probabilidades que cada cultura encuentra en su desenvolvimiento histórico. Por último, admitimos que esta coalición es tanto más fecunda cuanto que se establece entre culturas más diversificadas. (...) Dicho esto, bien parece que nos hallamos ante condiciones contradictorias. Pues este juego común, del que resulta todo progreso, debe acarrear como consecuencia, a plazo más o menos breve, una homogeneización de los recursos de cada jugador. Y si la diversidad es una condición inicial, hay que reconocer que las probabilidades de ganancia se van haciendo cada vez menores mientras más se prolonga la partida.

Y concluye:

(...) Lo que debe ser salvado es el hecho de la diversidad, no el contenido histórico que cada época le dio, y que ninguna conseguiría prolongar más allá de sí misma. Hay pues que escuchar crecer el trigo, que estimular las potencialidades secretas, despertar todas las vocaciones de vivir juntos que la historia conserva; hay también que estar dispuestos a enfrentarnos sin sorpresa, sin repugnancia y sin desmayo a lo que todas estas nuevas formas sociales de expresión por fuerza ofrecerán de inusitado. La tolerancia no es  una posición contemplativa, que dispense indulgencias a lo que fue o lo que es. Es una actitud dinámica que consiste en prever, en comprender y en promover lo que quiere ser. La diversidad de las culturas humanas está detrás de nosotros, alrededor de nosotros y delante de nosotros. La única exigencia que podamos hacer valer a su respecto (creadora, para el individuo, de los deberes correspondientes) es que se realice en formas cada una de las cuales sea una contribución a la mayor generosidad de las otras.

Y aquí una lectura recomendada para “estimular las potencialidades secretas” y “despertar todas las vocaciones de vivir juntos”: 


Bueno, y un breve vídeo:


http://youtu.be/8VGvLQMjOQk

Salud y bienvivir

2 comentarios:

  1. Hola Ecora

    Extraordinario post donde tocas muchos temas, me centraré en el primero que mencionas porque opino que tiene gran relevancia.

    Los intentos de convertir el conocimiento, un bien no rival, en un bien de mercado son uno de los obstáculos más importantes para el desarrollo autónomo.

    En un momento de la historia donde es más necesario el progreso tecnológico, no como motor de crecimiento, sino como generador de oportunidades de desarrollo y autonomía, es donde mejor observamos el férreo control que el sistema político pretende ejercer sobre él ya que el libre movimiento del conocimiento que no de los capitales puede tener efectos devastadores sobre el sistema capitalista, entendido no como sistema económico, sino como sistema político de control y poder.

    Podríamos decir, siguiendo a Nitzam y Bichler, que el precio es la forma de creación del orden social en el universo capitalista, sin precio las cosas no existen. Por eso el sistema de precios es tan extenso, hasta el capitalismo los precios y los mercados eran residuales a nivel global. El sistema no necesita del intercambio y eso se produce porque se reduce la autonomía de personas y grupos sociales que necesitan obtener un gran número de cosas fuera de su entorno. El caso del crecimiento urbano es el ejemplo paradigmático de ahí el crecimiento exponencial en los dos últimos siglos de la población urbana en relación al total de la población.

    La necesidad de dotar de precio al conocimiento es la necesidad de ordenar dentro del nomos capitalista aquello que como el agua se le escapa entre la manos y cuyo control es imprescindible. Las estrategias no sólo son patentes y propiedad intelectual, son mucho más extensas y tratan de controlar cualquier atisbo de descontrol porque la ideas son poderosas y pueden amenazar la creación del orden mediante precios que estructura y da sentido al sistema. Necesitamos poder descontar el conocimiento, necesitamos poder convertirlo en un bien de mercado, de lo contrario perdemos su control.

    Las batallas sobre el copyright, las patentes, la formación académica orientada a la "productividad", contra cualquier heterodoxia que amenace el sistema que es enterrada bajo toneladas de propaganda, desde la más burda, hasta trabajos "científicos" emanados de instituciones de gran prestigio. El control de internet, mediante las excusas más peregrinas persiguen mantener el sistema que crea el orden a salvo de cualquier ataque. El sistema de capitalización que permite dar precio a todo, incluida la vida humana, y permite crear un determinado orden social que no debe ser cuestionado. La mejor forma es mantenerlo lejos de los focos, las acciones de distracción de lo fundamental para fijarse en lo accesorio, mirar el dedo y no la luna, es la base de todo. Los números, los precios son esa distracción, podemos comparar los precios del trigo de la Inglaterra del siglo XVIII con el arroz Chino de 2005, o el precio de un arma biológica con la medicina que cura la hepatitis C, esa interrelación y inteconexión de todo con todo, permite un control que no tiene precedentes. Si un país se guía por ese orden no es necesario invadirlo para conquistarlo. Pero todo debe ser incluido en el mercado, bueno todo no, los servicios naturales deben ser gratis porque el crecimiento se quiera o no se tiene que hacer a costa de algo, lo importante es que ese coste no sea tenido en cuenta. El problema empieza cuando esos costes convenientemente escondidos, generando sólo problemas a nivel local o regional, empiezan a manifestarse a nivel global. Si reconocemos el coste de oportunidad se acabo el invento. Por eso, aunque la propaganda nos habla de medidas por ejemplo contra el cambio climático, la realidad es que esas medidas no pueden ser reales a escala global. Podemos desplazar y enterrar nuestros costes en verterderos en Africa y nuestra contaminación en China o India, pero no podemos acotarla a nivel global, la única forma e inevitable será el fracaso en el crecimiento antieconómico.

    Saludos

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  2. Hola Jordi

    Continuando un poco con la prospectiva política…

    ¿Cuál es la virtud atribuida al sistema de precios? En principio estaría en conectar información sobre necesidades y capacidades en un punto de encuentro que resuelva en cierta medida la diferencia entre escasez y abundancia (siempre y cuando todas las partes tengan posibilidad de ofrecer a cambio algo con demanda). Esa virtud es lo que se ha idealizado por comparación a los sistemas de planificación centralizada y a algunos desastres de los mismos. (Cabe señalar que no todos los desastres se seleccionan y se valoran por igual). Se suele poner el ejemplo de la mejoría en el abastecimiento (y posteriormente en los precios) cuando se pone en marcha un mercado allá donde no existía, (por ejemplo tras la caída del muro). Pero esto que a cierta escala es una mejoría se va convirtiendo en un sistema disfuncional cuando crece la concentración en el mercado, especialmente si este se ve privilegiado legalmente: en la medida en que la oferta de todo, y sobre todo del salario, dependa de la explotación privada, esta necesitará anular lo que sea ‘demasiado’ abundante o se pueda compartir fácilmente, para mantener el precio, la rentabilidad y el crecimiento, tal y como denuncias. El mercado vela por la escasez; siempre necesita cierta escasez, (también el mercado de trabajo), cierta exclusión que provocará si no existe. Lo que al principio parecía un funcionamiento para la satisfacción de necesidades acaba siendo un ‘tráfico’ con las mismas, creando dependencia a base de restringir el acceso a bienes comunes. Así como el ‘camello’ regala droga a los nuevos consumidores para crear una necesidad que luego rentabilizará, los mercaderes con influencia política aprovechan las necesidades ya existentes en nuestra naturaleza a base de restringir los satisfactores abundantes.

    El conocimiento constituye un buen ejemplo de abundancia a combatir, mediante el abuso de los derechos de propiedad intelectual. Este es un problema cada vez más crucial y transversal, desde lo más simple hasta los alimentos, incluyendo los sistemas políticos posibles en función de cómo estén regulados esos derechos. Y esto cobrará más importancia a medida que la fabricación distribuida y a demanda sea una realidad y la clave sea la información a insertar en el ‘moldeador tecnológico’ (junto a la energía y los materiales).

    Sin embargo -aquí viene la prospectiva, después de este preámbulo que te sobrará- podría ocurrir que las redes de comunicaciones rebasaran al sistema de precios precisamente en su virtud, dando lugar a una suerte de planificación distribuida (’democrática’) y en tiempo real. Estas redes pueden comunicar con inmediatez y ubicuidad información sobre necesidades y capacidades/posibilidades, y podrían agregar esta información en un ‘panel de control’ equivalente al mercado bursátil pero sin necesidad de precios o convertidos estos en meros índices. El elemento que faltaría (si no hablamos de producción pública) es integrar la motivación de quien puede ofrecer el bien o servicio al no mediar un precio (en dinero oficial); pero podemos preguntárnos cómo funciona el consumo colaborativo.

    Saludos y gracias por el comentario

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